sábado, 16 de marzo de 2019

Monólogo del que reza a la muerte




Ocupa sus horas, de forma obsesiva, en rezar a la muerte para que acuda cuanto antes y lo arrebate de un mundo en el que no percibe sino asechanzas y desprecio. Pero, a la vez, el anciano protagonista (que ya ha superado los noventa años) se concentra en dar vueltas y más vueltas alrededor de aquellas personas, emociones y situaciones que lo han llevado hasta el punto en el que actualmente se encuentra: sus hijos y nietos, que lo ven como un incordio y a los que soporta a duras penas en las visitas semanales; su esposa, ya fallecida, a la que en realidad nunca amó; su actual cuidadora, Sara, a quien sus hijos le han encomendado (eso piensa el narrador) que amargue sus últimas horas; y, sobre todo, aquella chica de la juventud, que lo abandonó para casarse con otro hombre, más adinerado que él, y cuya traición desmoronó sus ilusiones y lo ha mantenido amargado durante décadas.
Con una fluctuación de voces narrativas (se va saltando de la primera a la tercera persona); con un ritmo letánico, que el autor consigue gracias a la utilización de las comas (raramente puntos), Monólogo del que reza a la muerte es la última propuesta narrativa de Pascual García (Moratalla, 1962). Y se trata de una novela irritante, porque así lo quiere el escritor y porque así lo posibilita la voz de su protagonista, obcecado en dar vueltas y más vueltas alrededor de aquella traición amorosa, que lo marcó anímicamente y que lo anuló como ser humano. Desde el día en que la muchacha le envió por sorpresa un mensajero con la noticia de que dejase de pasar por su puerta, el corazón y el alma del protagonista se congelaron, se pudrieron, y todo se tiñó de fracaso, amargura, vacío y rencor. Los demás seres (“los que no sabían mi mal ni les importaba”, como son definidos en la página 93) quedaron de inmediato convertidos en sucedáneos, figurantes o trampantojos: puras máscaras junto a las que no resultaba posible o pensable la felicidad. Y a los que, en virtud del desgarro que ha sufrido, el protagonista se consideraba facultado para zaherir, incluidos los integrantes de su familia.
Como la Carmen Sotillo de Cinco horas con Mario, nuestro anciano cobija un trauma y, en los aledaños de la muerte, ese trauma alcanza unas dimensiones vertiginosas, que obstruyen su respiración y lo impulsan hacia la crueldad. Nadie es digno de recibir su cariño, su tolerancia o su respeto, porque él no cree haberlos recibido tampoco de nadie. Ofuscado en ese círculo vicioso, todo queda a sus ojos justificado: la violencia que siempre desplegó hacia su mujer, la aspereza con que trató a sus hijos… De tal forma que la reflexión que late en el fondo de estas duras páginas de Pascual García es desasosegante: ¿nos autoriza el dolor para sentirnos eternamente dolidos? Y aun en el caso de que aceptáramos esa idea, ¿nos autoriza para infligir ese dolor a otros, culpables súbitos?
Desgarradora, visceral y sofocante, Monólogo del que reza a la muerte nos muestra las sentinas emocionales de un hombre que, en el último trecho del camino, detalla para nosotros las heridas nunca cerradas de su corazón.

2 comentarios:

josé maría dijo...

Afinado estoque a la vida de un anciano insatisfecho, rebelde y obcecado "de profundis" por devolver con inusitado odio a la sociedad el daño que esa
maldita sociedad le causó durante tantos años de su vida.
La pluma de Pascual lacera indignada a cuantas personas le proporcionaron una oblonga existencia de desamparo, traiciones y desencuentros.

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Con lo de Cinco horas con Mario me has ganado, esa desesperación en tono reproche, la amargura indignada y luego sofocada, la incertidumbre...si si, me gusta.

Besitos Profesor.