jueves, 14 de marzo de 2019

Ña y Bel




Del escritor Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) sabíamos muy poco hasta que en 1993 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su obra El lenguaje de las fuentes. Desde entonces fue publicando Marea oculta (1994), La princesa manca (1995) o La vida nueva (1996), hasta llegar a la novelita corta que hoy me ocupa: Ña y Bel.
Formalmente, no se le pueden poner pegar a la citada narración, eso está claro: está construida con una notable sintaxis, despliega un rico léxico, posee un ajustado equilibrio compositivo y hasta diría que atesora conseguidos puntos de humor y poesía en sus páginas. Pero si nos fijamos un poco más en el “contenido” tropezaremos con un escollo de difícil salvación, porque nos propone algo que, por desgracia para él, suena demasiado a Eduardo Mendoza y su novela Sin noticias de Gurb: la historia de un extraterrestre que acaba llegando a la Tierra y que tropieza en ella con abundantes aventuras. Las diferencias radican en que mientras que el narrador catalán utilizaba este procedimiento como caricatura de la Barcelona de hace unos años (propósito irónico), el vallisoletano trata de ir un poco más allá, dotando a su personaje de una especie de “épica”, equivocada y turbia.
En efecto, el visitante (al que las dos muchachas que lo hospedan en su piso, llamadas Ña y Bel, conocen como “Ola”) se nos presenta al inicio como un torpe turista galáctico, que aterriza en el piso de las chicas de forma accidental; pero poco a poco el autor va queriendo complicar sus reacciones desde el punto de vista psicológico, y su narración hace aguas por todos sitios. ¿Tiene sentido que las muchachas acepten a este “fantasma” (olvidaba decir que el visitante es invisible, y que la textura de su cuerpo es acuosa y dúctil), sin más explicaciones? Y, aun en el improbable caso de que así fuera, ¿tiene sentido que lo utilicen para broncearse, para trasladar muebles en su casa, para que las enjabone en el baño o para que caliente su café? Absurdo montaje, sin duda.
Pero bien, admitamos que Martín Garzo quisiese hacer una novela de humor: lo estaría consiguiendo con tales técnicas. Lo pasmoso, lo que termina de hundir toda la verosimilitud de su texto, es que no es ése su objetivo, sino que el autor en realidad pretende construir una novela seria, trascendente y melancólica. Mal podría convencer a nadie con ese final, tras haber burlado a los lectores con cien páginas de chanzas y puros juegos.
En resumen y para no cansar: que buen narrador, sí; pero que buena novela, lo que se dice buena novela, desde luego que no.

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