domingo, 10 de agosto de 2025

Viaje a Rusia

 


La historia menuda de este Viaje a Rusia, de Josep Pla, es bastante conocida: en 1925, los miembros del Ateneo de Barcelona, en colaboración con el periódico La Publicitat, realizaron el esfuerzo económico y logístico de enviar al escritor catalán (que en esos momentos se encontraba en Francia) hasta la recién creada URSS, para que durante seis semanas observara y describiera lo que estaba viendo. El resultado es un volumen estupendo, donde el ampurdanés quiso dar “un testimonio enormemente esquemático y sencillo de una época precisa, centrada en 1925”, partiendo del “candor de la ignorancia” y registrando todo lo que a su paso se fuese mostrando y apartándose, en la medida de lo posible, de las elucubraciones y los prejuicios (“Entre una construcción majestuosa e incierta del idealismo filosófico y una página de hechos concretos, mi temperamento se inclina hacia los hechos”), porque tenía muy clara cuál era la raíz profunda de su actividad: “Mi misión, al venir a este país, no es opinar. Sería ridículo que lo hiciera y desproporcionado para mis fuerzas. Mi misión es contar”.

Y a fe que lo hace: nos habla de las vestimentas coloridas de sus coetáneos, de los bailes que presencia, del precio que tiene el menú del tren, de lo que vale medio pollo asado, de la inmensidad de las distancias que se extienden ante sus ojos (“Para que las cuentas os salgan tenéis que poner siempre, aquí, un cero más”). Y todo ello salpimentado con la gracia natural y pintoresca con la que Pla suele deleitarnos e incluso hacernos sonreír: “En Moscú […] todo tiene un color saturado, de ensalada de pimientos y tomates”.

Cuando tiene que admirarse, se admira (“Debe de haber en Europa cinco ciudades indiscutibles: Roma, París, Londres, Constantinopla y Moscú. Moscú se tiene que poner en la lista sin dudar un momento, porque el Kremlin es de lo mejor que existe”). Cuando tiene que ser humilde, lo es (“Es un país, Rusia, de una complejidad extraordinaria, y del cual yo no sabría hablar más que tímidamente y dejando la puerta abierta a todas las rectificaciones posibles”. Cuando tiene que señalar defectos evidentes, los señala (“Sórmovo tiene más de ochenta mil personas, y el pueblo da ganas de llorar”). Y cuando tiene anotar su reserva con respecto a las “perfectas” democracias occidentales, lo hace con la misma honestidad (“Y es que tenemos la cabeza llena de clichés, el de la democracia, por ejemplo. Este cliché es puramente verbal. Nadie puede negar que en la lista oficial de los países democráticos hay algunos que están gobernados por minorías insignificantes. Sin embargo, ¿quién borrará su nombre de la lista?”).

Añadan ustedes numerosas reflexiones sobre el estado de la educación, sobre las organizaciones sindicales, sobre la burocracia… o sobre las carreras de caballos, y obtendrán un libro encantador, luminoso y ecuánime, que se lee todavía con gran provecho merced al estilo inconfundible de Josep Pla.

No hay comentarios: