Cuando
cursaba mis estudios universitarios, hace cuarenta años, dos diccionarios
adquirieron en mis oídos categoría mítica: el Corominas y el María Moliner. Los
profesores aludían a ellos, los citaban y nos animaban a manejarlos. Y aunque
lo hice con profusión (de hecho, me compré ambos), jamás se me ocurrió
formularme preguntas sobre la identidad o las circunstancias personales de sus
autores: Corominas era el hombre que había compuesto un gran diccionario
etimológico y Moliner era la mujer que había confeccionado un gran diccionario
de uso. Años después, descubrí algunos detalles biográficos sobre la
zaragozana: la forma en que confeccionó en su casa las fichas del diccionario,
las reticencias de la RAE para admitirla en su seno, etc. Ahora, gracias a la
espléndida novela Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman, he
podido conocer más y mejor a la excepcional lexicógrafa.
Descubro
que su padre, antes de embarcarse como médico rumbo a América y no volver nunca,
insistió en que María pudiera estudiar en la Institución Libre de enseñanza,
donde impartían clases Menéndez Pidal, Américo Castro o el propio Giner de los
Ríos. Descubro que comenzó a ganar su primer sueldo impartiendo clases
particulares y que, tras culminar sus estudios, aprobó unas oposiciones para
Archivos, siendo destinada a Simancas (luego pidió traslado a Murcia, en cuya
universidad dio clases). Descubro sus ideas de izquierdas y su angustia durante
la guerra civil de 1936, en la que vio cómo se utilizaban libros para crear
barricadas cerca de la Ciudad Universitaria (“Según las estimaciones de sus
colegas bibliotecarios, las balas perforaban aproximadamente hasta la página
350”, p.114). Y descubro, sobre todo, la dedicación febril, apasionada, tenaz,
sobrehumana, que dedicó a la confección de ese monumento que es el Diccionario
de uso del español, que le valió tantas admiraciones… y también tantas
reticencias (Camilo José Cela encajó con acrimonia la “inoportunidad” de que la
magna obra fuese editada casi al mismo tiempo que su Diccionario secreto,
y tal vez por esa circunstancia no apoyó su candidatura para convertirse en la
primera mujer académica de la Lengua).
María Moliner “anhelaba inventar el diccionario que le hubiera hecho falta, ese que le habría encantado consultar como estudiante, investigadora, bibliotecaria, madre. Trabajaba con sus huecos. Escribía desde ahí” (p.169). Y el difícil camino que emprendió (tarea de Sísifo, porque incluso cuando estuvo publicado siguió añadiéndole enmiendas y ampliaciones) está dibujado primorosamente por Andrés Neuman, que ha conseguido humanizar, colorear y dar volumen a una figura que, desde el silencio y la timidez, se convirtió en leyenda. Hasta que empieza a brillar es una obra magnífica, que recomiendo con fervor.
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