Parece
imposible que, en una novela de tan corto número de páginas, puedan cohabitar
(e incluso ser llevadas al extremo) tantas emociones: la sensación de fracaso,
el glamour, la dignidad, el ansia de morir, la superstición, el miedo… De la
mano de Amélie Nothomb, El crimen del conde Neville (que traduce Sergi
Pàmies y publica Anagrama) lo consigue de forma notable.
Imaginemos
que estamos en el castillo de Pluvier (Bélgica), donde viven el conde Neville,
su esposa y sus tres hijos. La ruina económica provoca que la familia deba
desprenderse de esta ilustre posesión; y para abandonarla de un modo elegante y
a la altura del prestigio que los Neville llevan décadas cultivando se va a
celebrar una fiesta en los jardines, al que estarán invitados todos los
notables del entorno. Hasta ahí, un cuadro de decadencia nobiliaria sin más
aditamentos. Pero una noche, la hija pequeña del conde, Sérieuse, decide dormir
a la intemperie y, tras ser rescatada al borde de la congelación por la vidente
Rosalba Pontenduère, posibilita que su padre reciba una predicción macabra:
matará a uno de sus invitados durante la fiesta. Incrédulo y hasta burlón, el
conde acabará por sentir que esa profecía lo invade y comienza a plantearse a
quién elegiría para cometer ese crimen. ¿Tal vez a Charles-Édouard van Yperstal,
que cometió la grosería de decirle a su esposa que aún era bella? ¿Quizá
a Cléophas de Tuynen, que nunca le ha caído bien? Viendo que ese ejercicio
comienza a convertirse en obsesivo y que incluso le quita el sueño, su hija
Sérieuse le propone una solución mucho más cercana: que la mate a ella.
Aturdido, el conde escucha cómo su benjamina le confiesa que se encuentra harta
de la vida y que, en el sentido trágico griego, qué mejor solución que sea su
propio padre quien la libere de esa zozobra existencial.
A
partir de ese momento, comenzará la lucha íntima, feroz y perturbadora, entre
padre e hija, quienes esgrimen sus argumentos y se echan en cara sus defectos y
sus virtudes en algunas páginas de inquietante densidad psicológica.
Convencida la hija de que quiere morir y convencido el padre de que quizá ella le esté pidiendo algo muy razonable llegaremos hasta la página final, donde Amélie Nothomb imprime a su relato un giro inaudito, que deberá descubrir quien lo lea.
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