No
descarto que se trate de culpa mía, pero qué insufrible se me ha hecho releer
la obra Niebla, de Miguel de Unamuno. Qué estilo tan descacharrado, tan
débil, tan de ir amontonando teorías de humo y eslabonando juicios paradójicos,
de los cuales pretende obtener oro narrativo o intelectual mediante el
procedimiento (al principio original, pero pronto machacón) de dar la vuelta a
frases o sentencias, para ver qué sale del experimento (“¡Mañana es de Dios! ¿Y
ayer, de quién es?” / “Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer”).
Desatado y febril, el vasco coge las frases, las retuerce, les busca las
costuras, juega con ellas, se recrea en la condición calidoscópica del azar. Y lo
que resulta, finalmente, es un artefacto de palabras que, como novela, para qué
vamos a mentir diciendo otra cosa, no se sostiene; y que, como motivo de
reflexión, tampoco funciona demasiado bien, porque se agota y vuelve pesado
tras diez páginas de geminación de los mismos recursos.
Alguien
escribió una vez que el problema de Unamuno era que escribía a vuelapluma y,
después, sin permitirse la humildad de corregir, servía todas esas páginas
encuadernadas al lector, como si fuera altísima filosofía o pensamiento
celestial. No hay filtro. No hay criba. No hay boutade que se desdeñe por
quebradiza o por banal. Todo se le antoja mena, siendo bastantes veces ganga.
Y, claro, sorprende que alguien de su altura dé por bueno ese mecanismo una y
otra vez: es como si leyésemos un libro de Schopenhauer y, en cada párrafo, se
nos deslizara una pirueta de Pinito del Oro o un chiste de Arévalo.
Si se ofrece un resumen del argumento de la obra o se subraya la famosa escena del personaje Augusto Pérez peleándose con el autor, los aplausos son justos. Pero si se desciende al texto concreto, a la estilística, la obra hace más aguas que el Titanic. No la recordaba tan floja, ciertamente. Se ve que cuando la leí (creo que fue en 1981) era demasiado joven como para permitirme una crítica al gran santón del 98. Pero en 2025 ya no. Seguiré leyendo en los próximos años a don Miguel de Unamuno, como siempre, para seguirme peleando con él y para ver si obtengo Jugo (perdón por el chiste) de sus restantes libros.
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