Leo,
con lentitud admirativa, el poemario Luces mal usadas, de la argentina
María Florencia Rua, y siento que sus páginas se comportan como fogonazos de
luz por un pasillo oscuro. Tal vez ese pasillo sea la vida misma, que suele ser
gris, larga e insustancial; y tal vez los destellos supongan un reflejo de la
mirada poética sobre las cosas, las personas, los paisajes, las experiencias.
“Todo fue para mí noche o relámpago”, escribía Neruda en uno de sus primeros
libros.
Contemplamos
así líneas de desamparo (“De chica jugabas / a que en la arena armabas casas /
y amabas como venganza. / Pero esas casas fueron destruidas. / ¿Dónde vivirás
ahora?”, p.9), líneas de supervivencia (“Como ese jueguito donde / hay que
saltar adentro / del círculo de fuego. / Una lucha constante / el peligro que
arde / alrededor del cuerpo”, p.14), líneas que suponen un auténtico programa
de vida (“Tendremos que trepar / o caer”, p.20), líneas de zozobra (“Tengo
miedo de que haya cámaras / percibiendo todos mis movimientos / la soledad no
es real”, p.26), líneas donde se detalla un encuentro sexual casi furtivo (el
poema Huracán) o, en fin, instrucciones que, bajo su apariencia irónica,
esconden un latido negro que eriza la piel (“Algún día estarás muerto / es
importante practicar”, p.35).
María
Florencia Rua no nos facilita poemas complacientes, sino zarpazos que el
corazón y el cerebro acusan desde el principio y que activan a ambos.
Un trabajo lírico sin duda fascinante.
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