Dicen
que los grandes avances se consiguen aunando tradición y vanguardia. No seré yo
quien lo discuta. Y es probable que esa afirmación pueda ser también aplicada
al mundo de las letras, donde los libros demasiado “tradicionales” suelen
incorporarse a la grisura del olvido y donde los libros demasiado “rupturistas”
se condenan ellos solos a la estantería de las curiosidades. Trifón Abad, que
es listo como los ratones coloraos, ha sabido conjugar ambas líneas en su
última novela, que se titula La víctima perfecta y que publica Grijalbo.
Con
excelente criterio y con certera intuición, el novelista explora los cánones
que mejor funcionan en el género negro (trama que se va complicando
sucesivamente, personajes que cierto detalle convierte en sospechosos y que
posteriores sucesos liberan de esa condición, diálogos realistas y
contundentes, policías con una carga psicológica de su pasado que los
condiciona), pero tiene la inteligencia narrativa de moldear ese barro para
conseguir con su talento que la escultura resultante siga provocando sorpresas y
deparando emociones al lector. Además, Trifón Abad utiliza como pieza
importante de la obra a un personaje que resultará familiar a quienes leyeron
su anterior libro: el sabueso Juan Carlos Robles, “el de la hija que
desapareció en una fiesta rave” (p.193) [esta aventura puede consultada
en otra entrada de este blog: https://rubencastillo.blogspot.com/2024/06/la-noche-de-arena.html].
Por
encima de las extravagancias que a veces pueden encontrarse en otras novelas
negras (policías con nombres o actitudes extrañas, situaciones rocambolescas,
diálogos alambicados o burdos), este volumen nos propone la normalidad.
Y esa cuidadosa normalidad constituye uno de los principales atractivos de la
obra, que permite a los lectores una inmersión rápida y eficaz en los
vericuetos de la investigación, donde asistiremos al secuestro de un niño de
once años con altas capacidades intelectuales y que pertenece a una familia
llena de ricos matices (un padre que vive para las matemáticas y el ajedrez, y
que imparte clases en la universidad; una madre empresaria con poco tiempo
libre; una tía que eligió el camino hippie de vivir de forma alternativa; una
hermana mayor que vive pegada a su móvil). Dos agentes de la ley se encargan de
investigar: él, zarandeado por los acíbares de una separación matrimonial;
ella, incómoda por el acoso sexual de un compañero. Añadan a esa fascinante
ambientación casas abandonadas, yates amarrados en el puerto de Tomás Maestre,
habitaciones claustrofóbicas, oscuridades inquietantes y viejos fantasmas del
pasado… y obtendrán una novela que les regalará unas horas felicísimas de
lectura. Así da gusto.
Lo dicho: que la busquen y que la lean. Se harán, como yo, abadistas.
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