miércoles, 20 de marzo de 2024

El contrabajo

 


Hace unos treinta años leí El contrabajo, de Patrick Süskind. Estaba de visita en la casa de unos amigos y, mientras todo el mundo bajaba a la playa (que a mí me da repelús), me instalé en el sofá de su casa, saqué de mi mochila el libro (que había comprado unos días antes) y comencé su lectura, que terminé esa misma tarde. Recuerdo que, tras el asombro que me deparó El perfume, había desarrollado curiosidad por acercarme a otras obras del autor. Y recuerdo también (ay) la profundísima decepción que me asaltó cuando terminé sus páginas. ¿Qué diablos era aquel breve opúsculo? ¿Una narración cuyo sentido yo no era capaz de interpretar? ¿Una tomadura de pelo? Ahora, con más lecturas y más criterio, vuelvo al libro… y corroboro mis juicios juveniles. Menuda tontuna. Menudo manojillo de hojas inanes.

Imaginen a un músico de treinta y cinco años que, dentro de una habitación insonorizada, se dirige a otra persona explicándole lo que opina sobre Wagner, sobre Schubert, sobre la evolución del contrabajo, sobre las composiciones que para ese instrumento se han ideado, sobre los callos que padece por culpa de las interminables horas de práctica, sobre las numerosas cervezas que está obligado a beber para reponer líquidos por la sudoración. Y, para salpimentar, nos habla de su inocua o inicua vida sexual (“Yo no he poseído a ninguna mujer desde hace dos años”) y su actual obsesión por Sarah, una mezzosoprano mucho más joven que él y que, por ahora, lo ignora. “Lo más probable es que sea humanamente imperfecta, que carezca de personalidad, que sea intelectualmente mediocre, que no tenga categoría para un hombre de mi talla”, pero aun así la ama. “El amor de un contrabajo”, que diría el maestro Chéjov.

Bien, aceptemos ese marco narrativo. La pregunta es a dónde nos lleva, al final del volumen. Pues se lo puedo resumir en tres palabras: a ningún sitio. Tras todo este bombardeo “novelístico” (permítanme que me ría), descubrimos que el chico simplemente se va de la casa y deja a su paciente auditor escuchando un disco. Tras escucharle demasiadas páginas llenas de términos musicales, que apenas llamarán la atención de los entendidos, Süskind fuese y no hubo nada.

No me pilla en otra.

2 comentarios:

Juan Carlos dijo...

"Y luego incontinente caló el chapeo, / miró al soslayo, fuese y no hubo nada." ¡Oh, qué maravilloso ha sido recordar gracias a ti el soneto con estrambote de Cervantes. Te diré que ni El perfume logré yo leer en su día y eso que los aplausos sobre ese título resonaban y siguen resonando por doquier aún hoy. No sé pero ese libro con esa historia se me ha caído de las manos cada vez que me he puesto y propuesto leerla. Creo que lo que me ocurrió con ella es un caso de tirria que ninguna calidad literaria ha logrado superar. Lo siento. Veo que a ti pese a haberte gustado mucho El perfume no ha sido así con El contrabajo. Algo tiene este autor que hace que gire y gire sobre la propia lengua sin avanzar ni decir mucho. Una penita.
Deseo que pases unos buenos días de descanso, Rubén. Un abrazo

Senyoreta Buncle dijo...

Comparto la opinión de Juan Carlos, El perfume es de los libros que no he podido terminar, y nadie lo entiende (menos mal que no estoy sola). Sin embargo la película es espectacular. Supongo que un autor con nombre, tira.
Hablando de instrumentos, concretamente del piano, Seix Barral publicó una maravilla "Los últimos pianos de Siberia", que si te gusta la música y desentrañar los años de secretos que esconden los instrumentos, es un libro precioso. Para leer incluso en la playa ;-))
Besos