Siempre
he distinguido con nitidez entre el terror y el horror. No se trata (me
apresuro a explicarme) de una cuestión semántica pura. Ni soy lexicógrafo, ni
los diccionarios me suelen conceder la razón, pero para mí está muy claro: el
terror puede ser puntual (un susto paralizante, que nos golpea de improviso) o
gradual (puede ir creciendo, revelándose con dimensiones cada vez más oscuras).
El terror brota y nos golpea. El terror nos sacude o nos paraliza. El horror, en
cambio, es para mí otra cosa: el horror es niebla, envoltura, indefinición. El
horror es atmósfera mefítica. Es un aura que lo impregna todo y que empapa
nuestras sensaciones. Y en ese ámbito Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) se
mueve con comodidad y eficacia. En los doce relatos que se alinean en Un
lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024), la escritora argentina ha
construido con singular tino ese halo envolvente que barniza sus propuestas: una
doctora que vive en un barrio seriamente conflictivo y que descubrió hace
tiempo que tenía la asombrosa capacidad de ver y calmar a los fantasmas; una
chica a la que se descompone la piel de la cara (se le llena de llagas y
gusanos); unos pájaros que son en realidad mujeres que han sufrido una
transformación; gatos ahorcados con un collar de perlas; una muchacha obesa,
que disfruta teniendo relaciones sexuales con espíritus (los hombres y mujeres visitados
por esas presencias ultraterrenas se reúnen en The Marjorie Cameron Church in
the Desert); una mujer a la que extraen un mioma y decide practicarse con él
una inquietante cirugía; la lujosa ropa de una mujer fallecida, que transmite a
las nuevas propietarias las heridas brutales que ella sufrió; espejos que
devuelven imágenes imposibles; camas en las cuales se tumba a nuestro lado una
persona moribunda… El catálogo de imágenes sofocantes o que se adentran en la
insania resulta abrumador. Nadie gana a Enriquez en riqueza (y discúlpenme el
juego de palabras, que ha salido sin premeditarlo y que mantengo con cariño):
el poder de su literatura es tan eficaz como sobrecogedor. Lo conocíamos, sí,
pero en las páginas de Un lugar soleado para gente sombría alcanza un
fulgor mesetario.
Busquen la obra y dedíquenle unas horas de su tiempo. Me lo agradecerán.
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