jueves, 7 de marzo de 2024

Anasté

 


Dos ríos llenan con sus aguas el profundo lago llamado Anasté, la pieza dramática que Marino González Montero publica en el sello De la luna libros: el primero adopta forma prosística y se encuentra en la contracubierta. Allí se nos explica que Anasté es una mujer que ha decidido colarse en un recinto religioso tartésico que, en el siglo V a.C., va a ser sellado para que sucumba al olvido. Junto a esa mujer reposarán los cadáveres de medio centenar de caballos que han sido sacrificados para calmar la furia de los dioses, que llevan años castigando a la población con sequías y calamidades continuas. Es (así se nos anuncia) el final de una civilización que continúa erigiéndose en misterio para los estudiosos actuales. El segundo río hay que buscarlo en el interior del volumen, en el diálogo febril, telúrico y desgarrado que mantienen esa mujer que ha decidido inmolarse y la diosa Nortia, quien ha sido convocada por las oraciones de la primera. ¿Cuál es el sentido de esta reunión? ¿Por qué motivo Anasté ha reclamado la presencia de Nortia, si desde el principio le declara con firmeza que no cree en los dioses y que, por tanto, “sois vosotros el claro reflejo de lo humano… Y que lo de la creación y todo eso es precisamente… al revés” (p.43)? A través de una tensa conversación, llena de brío verbal y de un espeso lirismo, vamos descubriendo los impulsos que mueven a Anasté. Y descubrimos igualmente sus doloridas reflexiones sobre la culpa, que impregnan la acción misma del drama (“La CULPA es… el más abominable e inteligente descubrimiento del cerebro humano para dominar a otros cerebros humanos más manejables”, p.80). Anasté se ha propuesto utilizar las veleidades subterráneas del río Anas (el actual Guadiana) para culminar el viaje más trascendente que imaginarse pueda: quiere entrar en el Averno, acceder a Lo Otro, iluminar las zonas oscuras del Enigma.

Mientras iba leyendo la obra sentía (creo que les ocurrirá a los demás lectores también) la palpitación de un abismo, el golpeteo del misterio, que no sólo me acompañó durante las horas de lectura (recomiendo que sea lenta), sino que continuó después a mi lado. Anasté representa el final de un mundo, pero de un mundo lleno de nieblas, que Marino González explora con una delicadeza y con una hondura tan admirables como inquietantes.

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