Prácticamente
todos hemos conocido, a través del cine o de la lectura, la historia de Moisés,
el bebé rescatado de las aguas del Nilo que, al fin, se convirtió en el guía
que consiguió liberar al pueblo hebreo de la dominación egipcia y llevárselo
hacia la Tierra Prometida. Así que el “argumento” de Las Tablas de la Ley,
que Thomas Mann firma y que ahora leo en la traducción de Raúl Schiaffino
(Planeta), pocas sorpresas depara. Qué importa. No se acude a una historia así
en busca de “historia”, sino de matices, de tratamiento literario, de
desviaciones del canon, de reflexiones. Y está claro que esta novela contiene
un buen número de todos esos ingredientes suculentos.
Recordemos,
por si alguien no guarda memoria fresca del relato bíblico, la línea básica de
la trama, con los adornos espléndidos que graba Thomas Mann sobre ella: Moisés,
después de ser encontrado en una cestita que flota en el borde del Nilo, es
acogido por la hija del faraón (quien es su verdadera madre) y comienza a ser
educado en un ambiente selecto. Ya adulto, recibe de Yahvé la encomienda de
encabezar a su pueblo para que salga de los dominios egipcios. Consciente de
que las palabras no bastarán para esa liberación, se apoya en Josué, dadas sus
virtudes como líder militar (“Ninguna tierra, prometida o no, habría de serles
otorgada de no mediar la conquista”); y se presenta ante el faraón, dispuesto a
encandilarlo con algunos recursos efectistas (“Sabía, por ejemplo, apretar el
cuello de una cobra hasta verla rígida como una vara, para arrojarla luego al
suelo, donde volvía a enroscarse y transformarse nuevamente en serpiente”).
Tras una larga negociación, en la que Yahvé colabora enviando sobre los egipcios
la pesada losa de sus plagas (las cuales son interpretadas por Mann como
sucesos más habituales que milagrosos), se inicia el éxodo, que los conduce
fatigosamente a través del desierto, donde los van erosionando “los riesgos de
la libertad”: el calor, el hambre, el arrepentimiento, la duda.
Quizá
en esos momentos se inicia la parte más interesante de la novela, porque se nos
resume cómo Moisés, improvisando, se erige en líder político, social y
religioso, dictando al pueblo normas higiénicas, gastronómicas, sexuales y
hasta jurídicas (“Moisés no sólo debía impartir la Ley, sino enseñarla”), a la
vez que se escuda en el respaldo de Dios para mostrarse más laxo cuando es él
quien infringe las normas (por ejemplo, cohabita con su esposa Séfora y con una
sensual chica etíope, pese al escándalo que se genera en su entorno).
Recomiendo a la persona que lea este libro que se fije de manera especial en dos detalles: el modo en que Moisés personaliza los mensajes de Yahvé, emitiéndolos en una ambigua primera persona; y la parafernalia (que Mann dibuja con perfecto respeto y con magnífica ironía) que rodea la elaboración de las Tablas con los diez mandamientos en lo alto de la montaña.
Resultaría ocioso insistir en la estatura estilística del novelista alemán: ahí están sus libros para hablar por él. Esta obra puede servir como aperitivo para personas que aún no se hayan adentrado en sus relatos mayores. Un estupendo volumen.
1 comentario:
El libro que hoy traes a tu blog me ha recordado la lectura que hice hace ya muchos años de otro de Thomas Mann también de tema bíblico. Me refiero a "José y sus hermanos". Fue uno de los primeros libros que hará, seguramente más de 20 años, encontré en la Red de manera gratuita y lo bajé. Lo leí y me agradó el estilo ágil que muestra el autor en ella.
No conocía 'Moisés', el título que reseñas. Del escritor alemán he leído además de la que ya he dicho tres inmensas novelas suyas: La montaña mágica, Los Buddenbrock y Doktor Faustus. Genial en todas ellas. Impresionante.
Un abrazo, Rubén
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