jueves, 28 de marzo de 2024

Desde el mirador

 


Todos hemos conocido, alguna vez, la soledad de los hospitales. Esas horas vacías, silenciosas, inquietantes, que parecen no acabarse nunca. Ese sonido burbujeante de respiradores y goteros. Esa luz roja de submarino que corona por dentro de noche la puerta de la habitación. Ese trasiego aséptico de fantasmas blancos que traen o llevan, en horas imposibles, todo tipo de bolsas, bandejas, pastillas.

La protagonista de Desde el mirador, de Clara Sánchez, se ha visto de pronto sometida a varias soledades, a varias zozobras, a varios puntos de inflexión: su marido, Mario, es una presencia que huye, que se aleja, que se ha entregado al mundo (quizá también a otra mujer); su hija adolescente empieza a dibujar su propia vida; su padre es un hombre de setenta años que ha descubierto de pronto el talud de la edad; y su madre, por sorpresa, ha sufrido un infarto cerebral que la recluye durante semanas en un centro sanitario, afásica y desconectada del exterior. Golpeada por este granizo de infortunios, la narradora experimenta la necesidad de encontrarse a sí misma, saber quién es y hacia dónde va. Por un lado, tiene el recuerdo de Cati (antigua compañera de trabajo de la que la vida la distanció); por otro, a Gamboa (un lánguido oficinista no muy hablador con el que cruza algunas frases diariamente). Además, ha comenzado a recurrir a dos terapias complementarias: la visita a un psiquiatra (quien le prescribe unas grageas para regularizar su ánimo) y la soledad de un mirador hospitalario (desde el que contempla en silencio el paisaje). Con todos esos ingredientes (y sobre todo con su reflexión continua, con sus recuerdos), la mujer deberá buscar un orden, un sentido al que aferrarse para seguir avanzando.

Es curiosa la forma en que, mientras leía esta novela, pensaba en una cuerda larga, firme y llena de nudos. La cuerda sería el hilo narrativo; y los nudos representarían las pausas reflexivas, en las que Clara Sánchez, a través de su protagonista, nos invita a reflexionar sobre la memoria, sobre la infancia, sobre el dolor, sobre los quebrantos del ánimo, sobre las erosiones que nos infligen los calendarios y sobre la esperanza, entregándonos frases como esta: “La enfermedad enseña nuestra vulnerabilidad, la exhibe. Publica lo que de verdad somos, unos animales más”. O como esta: “Nunca se puede juzgar porque nunca se sabe la verdad. Lo que se siente y se piensa íntimamente es una incógnita”. O como esta otra: “No sé qué hacer con las cosas que no hago”.

Una narración triste, dura y magnífica.

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