Hace
unos treinta años leí El contrabajo, de Patrick Süskind. Estaba de
visita en la casa de unos amigos y, mientras todo el mundo bajaba a la playa
(que a mí me da repelús), me instalé en el sofá de su casa, saqué de mi mochila
el libro (que había comprado unos días antes) y comencé su lectura, que terminé
esa misma tarde. Recuerdo que, tras el asombro que me deparó El perfume,
había desarrollado curiosidad por acercarme a otras obras del autor. Y recuerdo
también (ay) la profundísima decepción que me asaltó cuando terminé sus
páginas. ¿Qué diablos era aquel breve opúsculo? ¿Una narración cuyo sentido yo
no era capaz de interpretar? ¿Una tomadura de pelo? Ahora, con más lecturas y
más criterio, vuelvo al libro… y corroboro mis juicios juveniles. Menuda
tontuna. Menudo manojillo de hojas inanes.
Imaginen
a un músico de treinta y cinco años que, dentro de una habitación insonorizada,
se dirige a otra persona explicándole lo que opina sobre Wagner, sobre
Schubert, sobre la evolución del contrabajo, sobre las composiciones que para
ese instrumento se han ideado, sobre los callos que padece por culpa de las
interminables horas de práctica, sobre las numerosas cervezas que está obligado
a beber para reponer líquidos por la sudoración. Y, para salpimentar, nos habla
de su inocua o inicua vida sexual (“Yo no he poseído a ninguna mujer desde hace
dos años”) y su actual obsesión por Sarah, una mezzosoprano mucho más joven que
él y que, por ahora, lo ignora. “Lo más probable es que sea humanamente
imperfecta, que carezca de personalidad, que sea intelectualmente mediocre, que
no tenga categoría para un hombre de mi talla”, pero aun así la ama. “El amor
de un contrabajo”, que diría el maestro Chéjov.
Bien,
aceptemos ese marco narrativo. La pregunta es a dónde nos lleva, al final del
volumen. Pues se lo puedo resumir en tres palabras: a ningún sitio. Tras todo
este bombardeo “novelístico” (permítanme que me ría), descubrimos que el chico
simplemente se va de la casa y deja a su paciente auditor escuchando un disco.
Tras escucharle demasiadas páginas llenas de términos musicales, que apenas
llamarán la atención de los entendidos, Süskind fuese y no hubo nada.
No me pilla en otra.
2 comentarios:
"Y luego incontinente caló el chapeo, / miró al soslayo, fuese y no hubo nada." ¡Oh, qué maravilloso ha sido recordar gracias a ti el soneto con estrambote de Cervantes. Te diré que ni El perfume logré yo leer en su día y eso que los aplausos sobre ese título resonaban y siguen resonando por doquier aún hoy. No sé pero ese libro con esa historia se me ha caído de las manos cada vez que me he puesto y propuesto leerla. Creo que lo que me ocurrió con ella es un caso de tirria que ninguna calidad literaria ha logrado superar. Lo siento. Veo que a ti pese a haberte gustado mucho El perfume no ha sido así con El contrabajo. Algo tiene este autor que hace que gire y gire sobre la propia lengua sin avanzar ni decir mucho. Una penita.
Deseo que pases unos buenos días de descanso, Rubén. Un abrazo
Comparto la opinión de Juan Carlos, El perfume es de los libros que no he podido terminar, y nadie lo entiende (menos mal que no estoy sola). Sin embargo la película es espectacular. Supongo que un autor con nombre, tira.
Hablando de instrumentos, concretamente del piano, Seix Barral publicó una maravilla "Los últimos pianos de Siberia", que si te gusta la música y desentrañar los años de secretos que esconden los instrumentos, es un libro precioso. Para leer incluso en la playa ;-))
Besos
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