miércoles, 6 de marzo de 2024

La naranja

 


Después de haber leído su nombre en alguna historia minuciosa de la literatura hispanoamericana y de haber visto cómo lo citaban autores más célebres que él (Borges), decido adentrarme en una obra de Enrique Larreta, que se titula La naranja, y que he disfrutado en una edición antigua (el ejemplar estaba intonso: también he disfrutado cortándolo) de la editorial Espasa-Calpe. En sus páginas, el escritor argentino se adentra en interesantes reflexiones sobre la vejez (“Si no mediara la idea de lo poco que falta para llegar al final, […] la vejez, una vejez sin achaques, se entiende, sería la verdadera edad feliz, lo mejor de la existencia”), sobre el gozo de existir (“Demos francamente las gracias. Con todo, vivir es vivir”), sobre la esencia última del ser humano (“¿Será el hombre una casualidad zoológica, un acaso de la Naturaleza, un mero cuadrúmano evolucionado, con prodigiosa sensibilidad cerebral, o el objeto supremo de Dios, como lo considera la Escritura?”), sobre la luz que debe guiar a la persona que acomete la tarea de coger la pluma (“Escribe como si todos tus lectores fueran hombres de genio”), sobre la verbosidad (“La excesiva riqueza de vocabulario suele encubrir pobreza de pensamiento. Alarde de joyas en el pecho de la escuálida”), sobre los enigmas de nuestro destino (“Nadie puede saber nunca cuándo aprovecha su tiempo y cuándo lo desperdicia”), sobre los viajes (“El hombre inteligente viaja para después; para enriquecer su vida en los días sedentarios, que son los más numerosos; para formar ese álbum interior cuyas páginas mueve luego el capricho de un delicioso viento que nadie puede explicar”), sobre el ejercicio de la crítica literaria (“Ciertos críticos: perros que orinan en la reja del monumento”), sobre el Martín Fierro o sobre El Quijote, obras a las que dedica páginas lúcidas y fervorosas.

En suma, un volumen variado, lleno de reflexiones inteligentes y que se sigue leyendo con facilidad y provecho.

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