Tendría
que remontarme al último libro de ese género firmado por Javier Marías para
señalar una recopilación de artículos que me haya conducido y convencido tanto
como el volumen No callar, de Javier Cercas. Quizá porque desde
entonces no había encontrado ninguna voz con la que me mostrase tan de acuerdo
(no de forma absoluta, ni siempre, pero sí “tan” de acuerdo): creo que la forma
en que el extremeño-catalán contempla y analiza infinidad de asuntos (la
política, la violencia, la guerra, el deporte) resulta extremadamente seria y
admirable. No advierto estridencias, ni exabruptos, ni extremismos, sino, al
contrario, una voluntad firme y a la vez respetuosa de adoptar una posición muy
bien pensada. Nos dice que la época en que vivimos es (y debe ser) el tiempo de
las mujeres: es decir, el exacto momento histórico en que sean definitiva y
completamente equiparadas a los varones. Nos dice que adora a los políticos
grises, que huyen de la exhibición, del histrionismo y de la megalomanía, para
convertirse en solucionadores de problemas (sus retratos de Adolfo Suárez o
Felipe González me parecen muy ecuánimes y rigurosos). Nos dice que hemos
validado una situación absurda cuando admitimos como normal la rigidez de los
partidos políticos, que han institucionalizado la disciplina de voto, anulando
las voces y pensamientos que matizan la ortodoxia. Nos dice que la auténtica
democracia es imperfecta, porque siempre se enfrenta a retos y debe articular
respuestas a los problemas que surgen de forma continua. Nos dice que se siente
abochornado cuando observa la flagrante ambigüedad moral de quienes piden el
recuerdo constante de unas víctimas, pero abogan por minimizar u olvidar el
sufrimiento de otras (el PP y Podemos, frente a los asesinados por ETA y el franquismo).
Nos habla de su profunda relación amistosa con Roberto Bolaño, o de su
admiración por Jorge Semprún, Javier Pradera o Rafa Nadal. Nos señala el
absurdo de culpar a la Transición de todos los fallos e imperfecciones de la
democracia española… sin que las décadas posteriores se hayan aprovechado para
arreglarlos.
También
nos dice (y acudo ahora a algunas citas del volumen) que “el deporte europeo
por excelencia no es el fútbol, sino la guerra” (p.18), que “el primer problema
político de este país desde hace años, que no es otro que la colonización de la
vida pública por los partidos políticos” (p.193), que “el nacionalismo no es
una ideología política: es una fe” (p.329) o que “la valía auténtica de un
hombre se mide por el sentimiento de injusticia que experimentamos en la hora
de su muerte” (p.719).
Insisto: un tomo lleno de inteligencia, sentido común, ideas admirables y una prosa fantástica. No se puede pedir más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario