¿Qué
es exactamente el Heliobut y por qué solamente parece atacar a los hombres
blancos que se hospedan en el hotel Masajonia, en pleno corazón de África? ¿De
qué modo atroz se introduce en los sueños (o en la desprevenida vigilia) de sus
víctimas, para desmantelar su cordura y abalanzarlas hacia la desesperación? El
protagonista de la narración “La fiebre azul” tendrá que descubrirlo de una
forma cruel. ¿Y quiénes son los parientes pobres del diablo, aquellos engendros
que se encuentran desperdigados por el mundo y que carecen de un hogar al que
volver, pues fueron expulsados del suyo? ¿De qué diabólicas artimañas se valen
para camuflarse y pasar inadvertidos entre los demás seres humanos? Claudio
García lleva mucho tiempo investigando sobre esa desasosegante cuestión; y
quizá lo que deduzca no le haga demasiado feliz. ¿Y qué está ocurriendo con la
anciana doña Emilia, que se acerca a los noventa años y que, según opinión
extendida entre sus sobrinos, está comenzando a desvariar? (Se olvida de que ha
desconectado el cable del televisor y lo atribuye a una avería; juzga que un
moscardón que ha entrado en su casa es el Anticristo; y, sobre todo, dialoga
por las noches con sus antiguas compañeras de infancia, alguna de ellas fallecida).
Con estas tres narraciones absolutamente magnéticas, que se reunieron en el tomo Parientes pobres del diablo (Tusquets), la escritora Cristina Fernández Cubas obtuvo en 2006 el premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España. Lo veo lógico, porque son tres historias demoledoras, donde los miedos, las melancolías y las zozobras del ser humano quedan retratadas con una prosa excepcional. Me quito el cráneo.
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