Después
de terminar la lectura de Lugares que no quiero compartir con nadie, de
Elvira Lindo, podría comenzar estas líneas explicando lo que, a mi entender, ha
pretendido contarnos la escritora gaditana sobre sus estancias en Nueva York.
Pero existe una forma mucho más elegante y eficaz de comunicar esa idea a los
lectores: acudir al final del libro y dejar que sea ella misma quien lo haga. “Dado
que cada uno construye la ciudad a su antojo yo quiero dejar por escrito estas
impresiones, que están hechas a la medida de mi espíritu, ligero, zascandil y
poco pomposo. Hablo de una ciudad que ya es la mía, por la que a diario camino
hasta romper a veces las suelas de los zapatos, unas veces con Antonio; otras,
con la alegre Lolita, a la que no puedo dejar de nombrar porque ha habido días
que sólo he charlado con ella y porque es la que me ha dado a conocer las
maravillas del Riverside Park; muchas otras, yo sola” (página 225). Y así se
percibe, en efecto, porque la escritora ha logrado convertir las cafeterías,
los monumentos, los tropezones al salir del ascensor, las visitas a lugares
emblemáticos, sus visitas al psiquiatra o su deambular ocioso por el Upper West
en párrafos de muy gustosa lectura, en los que casi sentimos que la acompañamos
de forma vicaria.
Ese
catálogo de lugares que no quiere compartir con nadie incluye elementos tan
heterogéneos (hablamos de Nueva York, la Heterogeneidad por excelencia) como
las insuperables galletas que adquiría en Levain Bakery; el gimnasio Paris, al
que acudía con más laxitud que fervor; la iniciación terapéutica en el mundo
del tai chi; las visitas al club Keen´s, donde comieron personajes como Albert
Einstein o Búfalo Bill; el caballeroso gesto del artista Harry Belafonte, que
le cedió el paso en la puerta de un café; o la visita al cementerio de Gates of
Heaven, donde depositó unas flores en la tumba del padre de Federico García
Lorca. Recuerdos que han ido dejando huella en su espíritu y que, aunque en
este libro nos los resuma (de ahí la paradoja del título), pertenecen a su
acervo íntimo.
Elegante
y fluida en su forma de narrar, Elvira Lindo seduce con su prosa de modo
incuestionable, conformando una obra que me ha encantado leer.
¿Cómo demonios he podido demorar tanto mi acercamiento a esta escritora? Lamento de veras mi torpeza.
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