lunes, 9 de octubre de 2023

Lugares que no quiero compartir con nadie

 


Después de terminar la lectura de Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo, podría comenzar estas líneas explicando lo que, a mi entender, ha pretendido contarnos la escritora gaditana sobre sus estancias en Nueva York. Pero existe una forma mucho más elegante y eficaz de comunicar esa idea a los lectores: acudir al final del libro y dejar que sea ella misma quien lo haga. “Dado que cada uno construye la ciudad a su antojo yo quiero dejar por escrito estas impresiones, que están hechas a la medida de mi espíritu, ligero, zascandil y poco pomposo. Hablo de una ciudad que ya es la mía, por la que a diario camino hasta romper a veces las suelas de los zapatos, unas veces con Antonio; otras, con la alegre Lolita, a la que no puedo dejar de nombrar porque ha habido días que sólo he charlado con ella y porque es la que me ha dado a conocer las maravillas del Riverside Park; muchas otras, yo sola” (página 225). Y así se percibe, en efecto, porque la escritora ha logrado convertir las cafeterías, los monumentos, los tropezones al salir del ascensor, las visitas a lugares emblemáticos, sus visitas al psiquiatra o su deambular ocioso por el Upper West en párrafos de muy gustosa lectura, en los que casi sentimos que la acompañamos de forma vicaria.

Ese catálogo de lugares que no quiere compartir con nadie incluye elementos tan heterogéneos (hablamos de Nueva York, la Heterogeneidad por excelencia) como las insuperables galletas que adquiría en Levain Bakery; el gimnasio Paris, al que acudía con más laxitud que fervor; la iniciación terapéutica en el mundo del tai chi; las visitas al club Keen´s, donde comieron personajes como Albert Einstein o Búfalo Bill; el caballeroso gesto del artista Harry Belafonte, que le cedió el paso en la puerta de un café; o la visita al cementerio de Gates of Heaven, donde depositó unas flores en la tumba del padre de Federico García Lorca. Recuerdos que han ido dejando huella en su espíritu y que, aunque en este libro nos los resuma (de ahí la paradoja del título), pertenecen a su acervo íntimo.

Elegante y fluida en su forma de narrar, Elvira Lindo seduce con su prosa de modo incuestionable, conformando una obra que me ha encantado leer.

¿Cómo demonios he podido demorar tanto mi acercamiento a esta escritora? Lamento de veras mi torpeza.

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