martes, 17 de octubre de 2023

Movimiento perpetuo

 


Termino el libro Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso, y lo hago con una (¿cómo diríamos?) moderada sonrisa. He ido viendo cómo el autor nos sugería la conveniencia de elaborar una detallada antología sobre las moscas; nos hablaba de los seudónimos como disfraz literario tímido e imperfecto; dedicaba tres páginas de fervorosa admiración al argentino Jorge Luis Borges; acopiaba una irregular colección de palíndromos o nos detallaba las sorprendentes peripecias sufridas mientras intentaba desprenderse de medio millar de libros. El humor, sí. La condición miscelánea del volumen, también. Algunas frases que he subrayado con rotulador rojo (“Dios todavía no ha creado el mundo; sólo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso” / “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”), por descontado. La elegancia de la prosa, quién lo duda.

Pero (¡ah, la aspereza jodida de los nexos adversativos!) al final surge la pregunta de si este volumen me ha resultado memorable. Y lo cierto es que no. Hay algunos hermosos hilitos de colores, pero no alcanzo a encontrarle la belleza al tapiz. Y mira que lo he intentado de buena fe. La culpa, desde luego, será mía. Aceptado. Sin bromas: aceptado.

Pero (¡ah, otra vez la aspereza jodida de los nexos adversativos!) me tendría que pensar mucho, pero mucho, una segunda visita a este autor.

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