Es
posible que La caída sea uno de los trabajos menos conocidos (y quizá
menos aplaudidos) de Albert Camus, a pesar de que fue publicado justo el año
antes de recibir el premio Nobel de Literatura. Frente a la amplia repercusión
de novelas como La peste o de obras teatrales como Calígula o El
malentendido, el impacto popular y crítico de La caída fue francamente
reducido, quizá porque la textura filosófica de sus páginas es tan densa que no
favorece la “admiración fluida” (digámoslo así) de sus lectores, que se ven
obligados a avanzar con una lentitud tan reflexiva como, quizá, poco novelesca.
En síntesis, nos encontramos ante un monólogo
extenso (se desarrolla durante cinco días, en la ciudad de Amsterdam) cuyo
emisor es un abogado logorreico llamado Jean-Baptiste Clamence, que va contando
a otro abogado (anónimo) las vicisitudes de su vida. Dedicado originalmente a
las causas nobles en París, muy generoso en su vida social y amante de las
alturas (como el clariniano Fermín de Pas), pronto descubrió las mieles de la vanagloria
(“Confieso humildemente que ciertas mañanas me sentía hijo de rey o zarza
ardiente”), reconociendo que era engreído y prepotente, aunque fuera de modo
secreto (“No creía que nadie me igualara. Siempre me he creído más inteligente
que cualquiera, ya se lo he dicho, pero también más sensible, más hábil,
campeón de tiro, conductor incomparable, insuperable amante […]. Cuando me
ocupaba de otra persona era por pura condescendencia, de forma absolutamente
libre, y todo el mérito recaía en mí”).
Una noche, cruzando un puente parisino,
descubrió la silueta de una chica que iba vestida de negro y estaba asomada al pretil.
Llovía. Él siguió caminando y, al poco, escuchó el ruido del cuerpo cayendo al
Sena.
Advino entonces una época terrible, en la que
se abandonó a la prostitución, la bebida sin freno y otros placeres mundanos…
Su carrera como jurista comenzó a resentirse. Y, lentamente, pero sin
posibilidad de equívoco, constató que los seres humanos nos juzgamos los unos a
los otros, nos herimos los unos a los otros, nos mortificamos los unos a los
otros. “El asunto está en quién escupirá primero, eso es todo. Le voy a decir
un gran secreto, querido amigo. No espere el Juicio Final. Tiene lugar todos
los días”. (No es extraño que con juicios así el filósofo Jean-Paul Sartre
manifestase en su momento que quizá este libro sea el mejor de Camus: es
probable que se refiriese a que era el más sartriano).
No desvelaré los extremos a los que nos lleva el novelista francés, porque eso debe descubrirlo cada persona que lea este volumen, que constituye una de las más admirables, profundas y detalladas disecciones del alma humana que yo he tenido la suerte de leer en Albert Camus… pero también (así lo creo) la menos novelesca de sus narraciones.
1 comentario:
Pues no he leído este libro. Por lo que dices tiene un gran interés. Lo apunto.
Un saludo
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