sábado, 21 de octubre de 2023

La caída

 


Es posible que La caída sea uno de los trabajos menos conocidos (y quizá menos aplaudidos) de Albert Camus, a pesar de que fue publicado justo el año antes de recibir el premio Nobel de Literatura. Frente a la amplia repercusión de novelas como La peste o de obras teatrales como Calígula o El malentendido, el impacto popular y crítico de La caída fue francamente reducido, quizá porque la textura filosófica de sus páginas es tan densa que no favorece la “admiración fluida” (digámoslo así) de sus lectores, que se ven obligados a avanzar con una lentitud tan reflexiva como, quizá, poco novelesca.

En síntesis, nos encontramos ante un monólogo extenso (se desarrolla durante cinco días, en la ciudad de Amsterdam) cuyo emisor es un abogado logorreico llamado Jean-Baptiste Clamence, que va contando a otro abogado (anónimo) las vicisitudes de su vida. Dedicado originalmente a las causas nobles en París, muy generoso en su vida social y amante de las alturas (como el clariniano Fermín de Pas), pronto descubrió las mieles de la vanagloria (“Confieso humildemente que ciertas mañanas me sentía hijo de rey o zarza ardiente”), reconociendo que era engreído y prepotente, aunque fuera de modo secreto (“No creía que nadie me igualara. Siempre me he creído más inteligente que cualquiera, ya se lo he dicho, pero también más sensible, más hábil, campeón de tiro, conductor incomparable, insuperable amante […]. Cuando me ocupaba de otra persona era por pura condescendencia, de forma absolutamente libre, y todo el mérito recaía en mí”).

Una noche, cruzando un puente parisino, descubrió la silueta de una chica que iba vestida de negro y estaba asomada al pretil. Llovía. Él siguió caminando y, al poco, escuchó el ruido del cuerpo cayendo al Sena.

Advino entonces una época terrible, en la que se abandonó a la prostitución, la bebida sin freno y otros placeres mundanos… Su carrera como jurista comenzó a resentirse. Y, lentamente, pero sin posibilidad de equívoco, constató que los seres humanos nos juzgamos los unos a los otros, nos herimos los unos a los otros, nos mortificamos los unos a los otros. “El asunto está en quién escupirá primero, eso es todo. Le voy a decir un gran secreto, querido amigo. No espere el Juicio Final. Tiene lugar todos los días”. (No es extraño que con juicios así el filósofo Jean-Paul Sartre manifestase en su momento que quizá este libro sea el mejor de Camus: es probable que se refiriese a que era el más sartriano).

No desvelaré los extremos a los que nos lleva el novelista francés, porque eso debe descubrirlo cada persona que lea este volumen, que constituye una de las más admirables, profundas y detalladas disecciones del alma humana que yo he tenido la suerte de leer en Albert Camus… pero también (así lo creo) la menos novelesca de sus narraciones.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Pues no he leído este libro. Por lo que dices tiene un gran interés. Lo apunto.
Un saludo