Conocía
a Ana Alonso por El secreto de If y
por la serie La llave del tiempo
(obras que leí con admiración y que, ahora lo observo con perplejidad, no
reseñé en mi blog: pronto subsanaré ese incomprensible desliz), así que cuando
ha aterrizado en mis manos la novela Los
colores del tiempo, editada por Espasa, me adentré en sus páginas con
prontitud. Y no me arrepiento ni un ápice de esa rapidez: me ha parecido una
obra magnífica, una aventura de supervivencia y reconstrucción protagonizada
por Adela, una maestra que perteneció a la CNT y que ha tenido que buscar
empleo en plena dictadura franquista. En ese mundo de estraperlo, miradas
suspicaces, pasados maquillados o directamente omitidos, temor ante los vecinos
y represalias crudas, Adela deberá tragarse su orgullo y sus ansias de libertad
porque tiene que sacar adelante a su hija Lucía, el único recuerdo firme que le
queda de Enrique, su pareja durante la guerra civil. Para cumplir ese destino
tendrá que admitir servidumbres que la abochornan (fingir mansedumbre ante
inspectoras ríspidas, aceptar con calma aparente todos los desplazamientos
laborales que le inflijan, rezar al inicio de las clases y entonar cánticos
fascistas que le empañan los ojos y el corazón), pensando siempre en un futuro
digno para su hija, a quien desea criar en un ambiente de cultura, libertad y
plenitud. Pero no lo tendrá fácil, porque a su alrededor encontrará tentaciones
de orden social (Mercedes), de orden político (Fanny) y de orden sentimental
(Marcos) que intentarán desviarla de su proyecto. Por fortuna, también
dispondrá de ayudas, como la que le brinda el editor Antonio Rejas, quien
servirá de conexión con un par de personas de su pasado, inesperadamente vivas.
Una novela emotiva, vigorosa, con algunos personajes reales (Camilo José Cela, Pertegaz, Gloria Fuertes, Federica Montseny), bien documentada y bien trenzada, donde se nos ofrece un burbujeo de maquis, represiones, mentiras, hipocresías, fingimientos y crímenes apenas camuflados con la etiqueta del deber; donde se nos traslada la radiografía anímica impagable de una luchadora (“Todavía es posible la revolución”, asegura Adela en la página 120); y donde también se eleva una limpia reivindicación de las novelas “femeninas” anteriores a la guerra civil, que suministraron ilusiones, horizontes y modelos para miles de lectoras con escaso acceso a la Gran Literatura. Muy buena propuesta de Espasa y de Ana Alonso.
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