No ha
pasado (y sospecho que no pasará) a los anales del teatro español esta pieza de
Juan Más Barlam, que se titula Tres
domingos de otoño y que alterna de forma poco armoniosa los momentos de
humor y los dramáticos, sin que ni unos ni otros resulten especialmente
memorables.
Nos
cuenta, en síntesis, el enredo que surge en torno a dos núcleos temáticos: por
una parte, la relación sentimental que está fraguando la simpática Charito con
el joven Andrés, que ocasiona la reunión de las dos familias para conocerse;
por otra parte, el gozoso evento de que Pablo y Pepita (los padres de Charito)
estén a punto de celebrar sus bodas de plata. Esa doble armonía, en apariencia
inmaculada, se trizará pronto cuando Pablo descubra que la madre de Andrés es
Clotilde, su antiguo y nunca olvidado amor de juventud, a la que tributó una
devoción rayana en la locura y de cuyo abandono pretendió curarse contrayendo
matrimonio con Pepita, a quien nunca ha sido capaz de amar de la misma
arrebatada manera.
Descubierto
ese conflicto, que ninguno de los dos actores consigue ocultar, los hechos
aciagos comienzan a sucederse en cadena: Charito se verá obligada a abandonar a
Andrés, para no provocar un dolor innecesario con la unificación de las
familias; Pepita se sentirá amargada y frustrada al descubrir que ha sido
durante veinticinco años la protagonista de una farsa; Pablo advertirá cómo su
matrimonio se tambalea de súbito…
Ese conjunto de emociones, mezclado con un exceso de religiosidad, toques de resignación difíciles de creer y unos parlamentos huecos, sirve de base para una obrita de teatro más agradable que meritoria.
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