Recuerdo
pocos libros que hayan llegado a mis manos de una forma más accidentada (el
cartero, alegando que no cabía en el buzón, me lo dejó entre dos macetas de la
entrada, sin dejarme ninguna nota. Tardé en descubrirlo más de una semana);
pero una vez que me encontraba en mitad de la lectura comprendí que no podía
ser de otro modo, porque Obedece a la
morsa es un volumen tan atípico, tan especial, tan efervescente, tan…
mórsico, que resulta impensable que me llegara por los cauces habituales.
Para
empezar, se trata de una novela compuesta por cuatro autores (David Báez,
Adriano Fortarezza, Manuel Jorques y Eduardo A. Vidal), que repletan más de
setecientas páginas compuestas con letra más bien pequeñita. Ya aquí advertimos
dos anomalías que la convierten en una rara avis. Pero es que, además, pronto
se inicia la cabalgata de sorpresas argumentales, personajes curiosos y
ambientes inesperados, que no dejan que el lector se relaje ni un solo minuto.
Para ilustrarlo, puedo contarles cómo se inicia el libro: los
hermanos Ariel, Roma y Azriela Lewitz están a punto de fichar a la famosa
tuitera Paranoicaconreflex para impulsar su decaída editorial, que precisa de
un empujón mediático que la reactive. El libro llevará un prólogo de Benjamín
Prado. En el otro lado del Atlántico tenemos a don Pancho, un capo colombiano
de la droga, quien adelanta una buena suma de dinero para la publicación del
libro; pero viendo que no recibe ni la devolución ni los intereses del
préstamo, envía a uno de sus hombres (Crespo loco) a Barcelona para reclamarlo.
A partir de ahí (discúlpenme que no quiera adelantarles más), comienza un
chisporroteo inagotable de bromas, situaciones inesperadas, escenas de sexo,
brutalidades y mentiras, que irá enredando a innumerables personajes: las
deposiciones dificultosas y asperjadas de Crespo, que padece unas dolorosas
hemorroides; las prácticas sadomasoquistas extremas que protagoniza Efraín Lewitz
con el gigantesco gitano Tonelada; los placeres transferidos que experimentan
las hermanas gemelas Roma y Azriela; un “defensa guaperas del Barsa” que se
llama Forqué y que participa en timbas clandestinas de póker; las muertes
súbitas y truculentas de dos homosexuales relacionados con elevados niveles del
independentismo catalán; un rockero indie llamado Nacho Bigas, cuyo libro está
siendo despedazado por la crítica; Youssef, el poeta de la yihad; tiritos de droga como panacea para casi
todos los problemas (como elemento enervador o bien adormecedor); y, en fin, un
ambiente continuo de transgresiones, diálogos escatológicos e incluso páginas
de más honda seriedad literaria (véase por ejemplo la página 454).
Obedece a la morsa es, de verdad y de principio a fin, un puro disparate, un texto juguetón, moderno e iconoclasta, escrito a cuatro manos (afirmar que lo ha sido a ocho implica una humorada ambidextra poco creíble), donde no queda títere con cabeza y con el que los lectores tenemos libro para deleitarnos y reír durante semanas. Éxito asegurado.
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