Tras
dos brillantes textos prologales de Marta Sanz y Fernando Valls (ella,
acercándonos a los numerosos pliegues y recovecos anímicos del escritor, quien
redactó este intenso volumen que se le antoja una “crisálida”; él, más
profesoral pero no menos jugoso en su aproximación crítica, llena de ideas
interesantes), los lectores gozamos del privilegio de poner sumergirnos en los
cuadernos que, entre los años 1985 y 2005, fue completando el gran escritor
valenciano Rafael Chirbes, fallecido en 2015. Y en este bello, sobrecogedor e
intenso paseo, propiciado por la editorial Anagrama, descubrimos cómo el gran
novelista de Tavernes revisa y desmenuza los pormenores de una vida (y una
creación literaria) llena de dudas, momentos de luz, vacilaciones, esplendores
y desatinos, que Chirbes detalla con extraordinaria sinceridad: la fisura que
tiene en el ano y que le provoca dolores inaguantables; la relación afiebrada (y la ruptura no menos
cruda) que lo vinculó con el francés François; aquella aciaga inundación que le
hizo perder centenares de libros, fotografías y manuscritos en su casa; los numerosos
locales de ambiente homosexual a los que acudía en busca de parejas; sus
adicciones (los excesos con el alcohol y el tabaco, el consumo ocasional de
cocaína o popper); su impotencia y su desazón cuando el tono de una novela no terminaba de quedar claro en su mente… Y
cuando hemos recorrido las 465 páginas del tomo comprobamos que, al modo
borgiano, todos esos puntos conforman un retrato poderoso del escritor y del
ser humano, un dibujo anímico de singular intensidad.
Como
resultaba esperable, Rafael Chirbes nos ofrece también un resumen de sus
fervores literarios, tan amplios como contundentes: santa Teresa de Jesús (“Una
lectura imprescindible para alguien que quiera escribir en lengua castellana”,
p.75), Marcel Proust (“Como párvulos de escuela, hacemos ejercicios prácticos
de caligrafía sobre la plantilla que nos dio”, p.77), Honoré de Balzac (“¡Es un
escritor tan grande, tan certero!”, p.81), Miguel Torga (“Está entre mis más
queridos modelos”, p.260), Paul Auster, Roberto Bolaño, Carmen Martín Gaite.
Pero nos da también cuenta de sus desafecciones y odios, no menos contundentes:
Dalí y Gala (“farsantes sin escrúpulos”, p.104), Juan Benet (“Sin que le
preguntes, te está diciendo todo el rato que tú nunca vas a llegar a su altura.
Muy bien, tú ahí arriba y yo aquí abajo, ¿y ahora qué hacemos?”, p.119), Belén
Gopegui (“No parece que sepa tanto como cree, así que al final resulta que
enseña poco y no seduce nada”, p.398), Justo Navarro, Bernardo Atxaga, el libro
Memoria de mis putas tristes de
García Márquez (que le parece “patético”) o la novela Cabo Trafalgar de Pérez-Reverte (a la que le dedica un interesante
análisis entre las páginas 440 y 444).
Algunos libros contienen respuestas (inteligentes, agudas, inquietantes, certeras) a preguntas que ni siquiera nos habíamos formulado explícitamente. Los Diarios de Rafael Chirbes, llenos de reflexiones literarias, filosóficas y vitales, son un buen ejemplo. Imprescindible.
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