lunes, 25 de octubre de 2021

Diarios


Tras dos brillantes textos prologales de Marta Sanz y Fernando Valls (ella, acercándonos a los numerosos pliegues y recovecos anímicos del escritor, quien redactó este intenso volumen que se le antoja una “crisálida”; él, más profesoral pero no menos jugoso en su aproximación crítica, llena de ideas interesantes), los lectores gozamos del privilegio de poner sumergirnos en los cuadernos que, entre los años 1985 y 2005, fue completando el gran escritor valenciano Rafael Chirbes, fallecido en 2015. Y en este bello, sobrecogedor e intenso paseo, propiciado por la editorial Anagrama, descubrimos cómo el gran novelista de Tavernes revisa y desmenuza los pormenores de una vida (y una creación literaria) llena de dudas, momentos de luz, vacilaciones, esplendores y desatinos, que Chirbes detalla con extraordinaria sinceridad: la fisura que tiene en el ano y que le provoca dolores inaguantables;  la relación afiebrada (y la ruptura no menos cruda) que lo vinculó con el francés François; aquella aciaga inundación que le hizo perder centenares de libros, fotografías y manuscritos en su casa; los numerosos locales de ambiente homosexual a los que acudía en busca de parejas; sus adicciones (los excesos con el alcohol y el tabaco, el consumo ocasional de cocaína o popper); su impotencia y su desazón cuando el tono de una novela no terminaba de quedar claro en su mente… Y cuando hemos recorrido las 465 páginas del tomo comprobamos que, al modo borgiano, todos esos puntos conforman un retrato poderoso del escritor y del ser humano, un dibujo anímico de singular intensidad.

Como resultaba esperable, Rafael Chirbes nos ofrece también un resumen de sus fervores literarios, tan amplios como contundentes: santa Teresa de Jesús (“Una lectura imprescindible para alguien que quiera escribir en lengua castellana”, p.75), Marcel Proust (“Como párvulos de escuela, hacemos ejercicios prácticos de caligrafía sobre la plantilla que nos dio”, p.77), Honoré de Balzac (“¡Es un escritor tan grande, tan certero!”, p.81), Miguel Torga (“Está entre mis más queridos modelos”, p.260), Paul Auster, Roberto Bolaño, Carmen Martín Gaite. Pero nos da también cuenta de sus desafecciones y odios, no menos contundentes: Dalí y Gala (“farsantes sin escrúpulos”, p.104), Juan Benet (“Sin que le preguntes, te está diciendo todo el rato que tú nunca vas a llegar a su altura. Muy bien, tú ahí arriba y yo aquí abajo, ¿y ahora qué hacemos?”, p.119), Belén Gopegui (“No parece que sepa tanto como cree, así que al final resulta que enseña poco y no seduce nada”, p.398), Justo Navarro, Bernardo Atxaga, el libro Memoria de mis putas tristes de García Márquez (que le parece “patético”) o la novela Cabo Trafalgar de Pérez-Reverte (a la que le dedica un interesante análisis entre las páginas 440 y 444).

Algunos libros contienen respuestas (inteligentes, agudas, inquietantes, certeras) a preguntas que ni siquiera nos habíamos formulado explícitamente. Los Diarios de Rafael Chirbes, llenos de reflexiones literarias, filosóficas y vitales, son un buen ejemplo. Imprescindible.

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