Dos hombres, atribulados cada uno por un padecimiento
especial, viven en dos casas no muy lejanas entre sí, en las cumbres de los
Alpes. Uno se llama Adriano Spoleto y, tras vivir una turbulenta historia
pasional con la celosísima tiple María Laureni, recibió de ella el lanzamiento
en pleno rostro de ácido sulfúrico, que lo convierte en un hombre con la cara
deforme, que apenas disfruta de la compañía de su perro Lenz; el otro se llama
Pablo Miluzzo, y su desgracia le sobrevino cuando un balazo recibido en la
Primera Guerra Mundial deformó su cabeza y lo llevó a refugiarse en un local
del Instituto Meteorológico del Estado, donde vive en absoluta soledad.
Una noche, en la casa de Spoleto suena el teléfono y, al
descolgar, escucha una voz que pide auxilio desde la casa de Miluzzo. Impelido
por la amistad, se abriga adecuadamente, se calza unos esquíes y sale hacia la
casa de su compañero. Pero al llegar allí le abre la puerta el propio Pablo,
quien afirma que él no ha hecho ninguna llamada en tres días. Minutos después,
con ambos sumidos en el mayor de los estupores, vuelve a sonar el teléfono:
alguien pide ayuda desde la casa de Spoleto.
Con esos mimbres inquietantes, el madrileño Enrique Jardiel Poncela traza el camino que los lectores tendremos que recorrer en su novela corta El aviso telefónico, original de 1922 que republica el sello Dokusou casi un siglo después. Yo les aconsejo que, si tienen la posibilidad, se adentren en sus páginas: quedarán admirados con el ingenio del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario