viernes, 8 de octubre de 2021

Los caballos azules

 


Por fortuna, el libro Los caballos azules, del asturiano Ricardo Menéndez Salmón, publicado por Ediciones Trea en el año 2005, apenas tiene ochenta páginas. Si tuviera el doble, sería absolutamente insoportable por su densidad de belleza y por su bombardeo de esplendores sintácticos, brillantez de estilo y fulgor de vocabulario. Con cien páginas más, sentiríamos tal síndrome de Stendhal que costaría terminar el libro.

En sus ocho relatos, el escritor gijonés nos habla de bandas de música que provocan el éxtasis de un grupo de caballos; de personas que cambian de nombre y de destino, pero que siguen portando en sus corazones el estupor lacerante del pasado; de ancianos jugadores de ajedrez en cuyas almas duerme un secreto cenagoso; de historias donde se inmiscuyen el cráneo perdido de Rasputín y unos iconos bizantinos falsos; de un músico que elige aislarse para no escuchar el ruido que sus semejantes (y acaso él mismo) infligen al mundo; de una maestra efímera, lánguida e inolvidable; o de las memorias de un contemporáneo de Leonardo da Vinci, al que le aguardaba un destino tan inmortal como insatisfactorio.

Todos esos cuentos, trazados por unas manos menos habilidosas que las de Menéndez Salmón, serían artefactos interesantes o plausibles. Pero compuestos por él son Belleza. Así de fácil. Así de difícil.

Impresionante.

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