viernes, 22 de octubre de 2021

La Casa de las Palomas

 


“Describe tu aldea y serás universal”, declaraba Tolstoi. Era su sincrética forma de decir que cuando agudizas la mirada y la concentras sobre tu entorno estás abordando la más difícil (pero quizá la más luminosa) de las tareas literarias: la descripción de aquello que nos rodea a todos, pero que solamente algunos son capaces de percibir de una forma única y convertirlo en arañitas de tinta para la eternidad. Me da la impresión de que Teresa Vicente lo ha logrado en su libro La Casa de las Palomas, que supone una revisión (y una revisitación) de su infancia, en la que se ha detenido en mil pormenores, escrupulosamente dibujados: la portera cascarrabias del inmueble donde vivían, el trabajo de su padre en la Fábrica de la Seda, las procesiones de Semana Santa, los escondrijos donde sus progenitores escondían los regalos de Reyes, las aburridas misas del domingo en la catedral o en San Miguel (parroquia en la que fue bautizada bajo el nombre de María Teresa Miguela, según nos indica en la página 35), la ingenua felicidad expansiva con la que le contó a su amiga Llanos que ya le había venido la regla, el lejano parentesco que unía a la familia con el poeta oriolano Miguel Hernández, su paso anodino por un colegio de monjas, su milagroso aprobado en aquel examen en el que permitieron hablar del Segura (en lugar de hacerlo sobre el Guadiana, que era el tema que le tocó) o, en fin, los parientes y vecinos que su memoria ha sido capaz de retener y perfilar ante nuestros ojos con extraordinaria nitidez.

Concentrada en recopilar los rostros y sucesos del pasado, Teresa Vicente logra tejer un fresco bellísimo, lleno de colores polvorientos, donde queda cobijado su ayer y, acaso, el de muchas otras personas. A ese prodigio, cuando se ejecuta con palabras atinadas, lo llamamos Literatura.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Tolstoi dejó frases que por ciertas se han grabado a fuego en la Literatura. La que citas al inicio de tu reseña es una verdad inamovible; la otra que viene a mi memoria es la de "Ana Karenina" de que todas las familias felices se parecen. Parecen obviedades, pero los buenos autores dicen lo importante con sencillas palabras; cuando leo frases complicadas, alambicadas, retorcidas... me inclino a pensar que quien las dice o ha escrito no es un gran autor. Echo mano de lo que decía Miguel de Unamuno: "escribe claro, quien piensa claro"; naturalmente que así es, quien se expresa confusamente revela una cabeza con ideas poco claras o mal ordenadas.
Un fuerte abrazo