La
historia del capitán Manuel Sánchez no ha sido olvidada con el paso de las
décadas porque sus ingredientes (refrescados por Vicente Aranda en 1985 para su
versión cinematográfica) incorporan tal cantidad de atrocidades que resulta
imposible olvidarse de ellos: el exmilitar embrutecido por el juego y el
alcohol; su hija, forzada a la prostitución para suministrarle recursos
económicos; el crudo asesinato a martillazos de uno de los hombres que se
acercaban la chica; el juicio celebérrimo, que acabó con la muerte del capitán en
el paredón y con la hija en la cárcel (1913)… Con la mitad de estas
truculencias, cualquier novelista dispondría de materiales sobrados para poner ante
nosotros una historia tan repulsiva como magnética.
La
narradora que se ha propuesto refrescar y enriquecer este venero narrativo para
el sello Dokusou se llama Anabel Rodríguez Sánchez, es abogada (su aproximación
a los pormenores jurídicos del asunto está teñida de detalles técnicos que demuestra
conocer) y reconstruye aquellos malhadados sucesos incorporándoles personajes
nuevos, felices descripciones urbanas, indagaciones psicológicas de notable
vigor y, sobre todo, una prosa convincente y madura, con la que envuelve a los
lectores. La voz infantil de Virginia, la hija pequeña del capitán Sánchez, que
enriquece muchos capítulos con su aportación en primera persona, supone un
acierto emotivo y novelesco de primera magnitud.
De tal modo que, aunque conozcamos los detalles históricos de aquella cenagosa historia a través de la televisión o de la Wikipedia, la escritora nos sorprende y nos embriaga, porque despliega todas sus artes (que son muchas y buenas) para absorber nuestra atención y entregarnos una novela en la que todos los implicados en la trama (defensores y acusadores, jueces y testigos, periodistas y abogados, familias y curiosos) quedan salpicados por el barro innoble del horror. No se sale impune del buceo por las sentinas del alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario