Antonio
Muñoz Molina recuerda en la página 302 de este libro la frase que musitó su
abuelo, tras observar cómo redactaba unas líneas en la máquina de escribir: “Se
ve que esto se le da mejor que coger higos”. Por fortuna para quienes amamos
las obras de este escritor, aquel niño sin sangre que nació y vivió su infancia
en Úbeda, no mostró nunca demasiada aptitud para las labores agrícolas,
ganaderas o mercantiles; y fue en el amplio territorio de las letras donde
encontró el cauce que le permitió encontrarse a sí mismo y revelársenos a los
demás.
Volver a dónde (Seix
Barral, 2021), su obra de más reciente publicación, fluye y se detiene en
varios tiempos a la vez: el mundo de la infancia (burbujeante de recuerdos),
las semanas durísimas de la pandemia covid (cuando las anomalías del silencio,
el temor y el aislamiento se trenzaron dentro de cada corazón y cada ánimo) y
la secuencia final del año 2020 (en la que esperanzas y decepciones jugaron a
alternarse). Se trata —y a la vez no se trata— de un diario, porque el concepto
íntimo del que parte y sobre el que se sustenta la obra es mucho más ambicioso:
cuando se vuelven confusas las formas del presente, e impredecibles las del
futuro, la memoria se concentra en la claridad recuperada del pasado. Por eso
Muñoz Molina, situado en su balcón con media copa de vino y rodeado por todas
las plantas que ha comenzado a cultivar con especial ternura, dirige su mirada
hacia el exterior (por donde pululan gentes con mascarillas, pero también
idiotas que han abdicado de la prudencia y la sensatez) y hacia el interior
(que se condensa en los recuerdos tibios de su casa infantil, de su familia
numerosa, de sus parientes reales o imaginarios). El título del tomo nos
sugiere de esa manera dos interpretaciones distintas pero compatibles: volver a
la normalidad social (que no se sabe cómo resultará: de ahí la incertidumbre
del adverbio) y volver al territorio dormido o muerto del ayer (que queda
rodeado por la niebla: de ahí, otra vez, la incertidumbre del adverbio). “Este
raro presente” (susurra el escritor en la página 221) “alumbra para mí zonas
perdidas del pasado”.
Intenso
y lúcido, Muñoz Molina abomina en estas páginas bellas e inteligentes de las
irresponsabilidades botarates y cainitas de los políticos, más preocupados de
vapulearse entre sí que de resolver problemas; insiste en la bochornosa erosión
calculada que han sufrido en España los servicios públicos (Enseñanza y Sanidad,
sobre todo); se indigna con el comportamiento incívico de una juventud majadera
que cifra su libertad en la convocatoria de botellones (“Los sanitarios se ven
desbordados otra vez por la multiplicación del número de enfermos, millones de
personas trabajadoras se ven arrojadas al paro y a la pobreza; pero estos miles
de idiotas a los que entre todos les pagamos sus carreras universitarias no
tienen la madurez mínima ni la decencia de cumplir las normas y dejar de
emborracharse en manada un fin de semana”, p.313); relee a Benito Pérez Galdós
para intentar comprender mejor el país en que vive, donde los necios y los
extremistas suelen prevalecer sobre los honestos y laboriosos; y, a la postre,
nos deja un poso resignado o melancólico cuando nos hace reflexionar sobre qué
imagen tendrán de nosotros en el futuro.
Un libro duro, comprometido, sensato y lleno de silencios reflexivos, que vuelve a colocar en nuestras manos la prosa de uno de los más admirables escritores de la actualidad.
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