Juzgar sin conocer es uno de los graves errores que puede
cometer el ser humano. Y llegar al extremo de convertir ese juicio en desprecio
supone ya ingresar en la insensatez absoluta. El poeta Antonio Machado, hombre
ponderado y reflexivo, lamentaba la actitud de quien “desprecia cuanto ignora”.
En esta novela que Lorenzo Silva publicó en 2015 nos
encontramos con Mónica, una periodista de veintinueve años que trabaja de forma
precaria y que carece de suerte en el amor. Y nos la encontramos, nada más empezar
la lectura, bailando en un tugurio bajo la mirada de un hombre que aparenta
tres lustros más que ella y que se comporta de un modo bastante enigmático: no
le revela prácticamente nada sobre su trabajo, su familia o sus intereses. Ni
siquiera acepta el número de teléfono que ella le ofrece, con esa extroversión
peligrosa que el alcohol regala a sus consumidores más desprevenidos. De esa
forma tan simple (un aparente ligue convencional) surgirá una relación que será
de todo menos simple. Ramón (así dice llamarse) seguirá ocultándole todo tipo
de informaciones personales, pero el amor brotará entre ellos y los unirá con
fuerza… hasta que él le comunica que ha de ausentarse de la ciudad y del país
durante cuatro meses. Tampoco entonces se avendrá a mostrarse más explícito
sobre su trabajo o el destino al que se dirige.
Sólo cuando pasen las semanas, Mónica irá descubriendo quién
es Ramón, y cuál es la causa de que se obstine tanto en el mutismo hermético.
Maestro habilidoso en el arte de la narración, el madrileño
Lorenzo Silva edifica aquí un canto y un homenaje a las personas que necesitan
ocultarse (por pudor, por precaución, por seguridad), pero que desarrollan una
labor necesaria, que no siempre resulta bien entendida o agradecida. Y, a la
vez, consigue que ese canto y ese homenaje se anuden con una delicada y
admirable historia de amor, que nos es detallada por su protagonista con
extraordinaria belleza.
Otro espléndido trabajo de uno de los grandes novelistas españoles vivos.
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