En 1967, mientras los Beatles estaban grabando la canción A Day in the Life, John Lennon le
explicó a George Martin que había tenido la idea de terminarla con un “orgasmo
musical”. Y el productor, para cumplir su deseo, ordenó a todos los músicos de
la sesión (violines, pianos, oboes, clarinetes) que fueran subiendo
gradualmente de nota hasta alcanzar el Mi mayor al unísono. El efecto,
inesperado y abrumador, está al alcance de cualquiera que escuche el mítico
tema.
Pues bien, Pablo de Aguilar González acaba de conseguir un
resultado parecido en su novela Cuestión
de suerte, que acaba de publicar el sello Dokusou: todos los protagonistas
(una bellísima ninfómana, un timador profesional, un camello de poca monta, un
técnico de ascensores, un millonario), perfilados con minuciosos detalles
psicológicos y biográficos, acaban confluyendo de forma natural en un mismo
espacio, donde el escritor albaceteño tiene preparado el espectacular clímax de
la historia. Cada uno arrastra hasta allí su particular miseria y su particular
grandeza; y, mezcladas sus vidas y emociones, la sinfonía del azar los mueve
como si fueran marionetas y nos aturde con su estruendo.
Afirmaba Juan Bonilla en el título de una de sus novelas que
nadie conoce a nadie. Y aunque esencialmente se trata de una aseveración
exacta, Pablo de Aguilar sabe imprimir un giro a esta expresión para
convertirla en otra igual de significativa: todos
conocen a todos. O, mejor dicho: todos están relacionados con todos,
mediante hilos invisibles y férreos, como los sedosos filamentos de una
telaraña. Hormigas anónimas (aunque el autor les otorgue nombres tan eufónicos
e infrecuentes como Eunemio, Godofredo, Josan, Rolán, Tobías o Zoraida) que,
sin ser conscientes, se relacionan con otras hormigas anónimas (recepcionistas,
camareros, botones, empleados) y forman con ellas una urdimbre cenagosa,
inquietante o dominada por el azar, por la suerte, por esa moneda invisible que
vuela y determina nuestro futuro en función de la cara o cruz que muestre al
posarse.
La magia era difícil de conseguir, porque el autor tenía que mantener activados muchos resortes a la vez y que el lector no sucumbiese a la incredulidad; pero Pablo de Aguilar ha ido perfilando en sus anteriores producciones un notable dominio del quehacer novelesco y el experimento culmina con éxito. Es un nuevo paso (un buen paso, firme y valiente) en su trayectoria literaria.
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