lunes, 13 de septiembre de 2021

Cuestión de suerte


En 1967, mientras los Beatles estaban grabando la canción A Day in the Life, John Lennon le explicó a George Martin que había tenido la idea de terminarla con un “orgasmo musical”. Y el productor, para cumplir su deseo, ordenó a todos los músicos de la sesión (violines, pianos, oboes, clarinetes) que fueran subiendo gradualmente de nota hasta alcanzar el Mi mayor al unísono. El efecto, inesperado y abrumador, está al alcance de cualquiera que escuche el mítico tema.

Pues bien, Pablo de Aguilar González acaba de conseguir un resultado parecido en su novela Cuestión de suerte, que acaba de publicar el sello Dokusou: todos los protagonistas (una bellísima ninfómana, un timador profesional, un camello de poca monta, un técnico de ascensores, un millonario), perfilados con minuciosos detalles psicológicos y biográficos, acaban confluyendo de forma natural en un mismo espacio, donde el escritor albaceteño tiene preparado el espectacular clímax de la historia. Cada uno arrastra hasta allí su particular miseria y su particular grandeza; y, mezcladas sus vidas y emociones, la sinfonía del azar los mueve como si fueran marionetas y nos aturde con su estruendo.

Afirmaba Juan Bonilla en el título de una de sus novelas que nadie conoce a nadie. Y aunque esencialmente se trata de una aseveración exacta, Pablo de Aguilar sabe imprimir un giro a esta expresión para convertirla en otra igual de significativa: todos conocen a todos. O, mejor dicho: todos están relacionados con todos, mediante hilos invisibles y férreos, como los sedosos filamentos de una telaraña. Hormigas anónimas (aunque el autor les otorgue nombres tan eufónicos e infrecuentes como Eunemio, Godofredo, Josan, Rolán, Tobías o Zoraida) que, sin ser conscientes, se relacionan con otras hormigas anónimas (recepcionistas, camareros, botones, empleados) y forman con ellas una urdimbre cenagosa, inquietante o dominada por el azar, por la suerte, por esa moneda invisible que vuela y determina nuestro futuro en función de la cara o cruz que muestre al posarse.

La magia era difícil de conseguir, porque el autor tenía que mantener activados muchos resortes a la vez y que el lector no sucumbiese a la incredulidad; pero Pablo de Aguilar ha ido perfilando en sus anteriores producciones un notable dominio del quehacer novelesco y el experimento culmina con éxito. Es un nuevo paso (un buen paso, firme y valiente) en su trayectoria literaria.

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