domingo, 19 de septiembre de 2021

Mortaja de barro


Son muy pocas las culpas y muy pocos los pecados que consiguen permanecer escondidos para siempre. A veces ocurre, claro, pero no es una norma universal. La conmoción sobreviene cuando esas culpas y esos pecados parecen haber sido engullidos por la niebla del tiempo y, de pronto, ésta se diluye después de muchos años y los muestra a la luz. El escritor navarro Carlos Ollo Razquin explora en su reciente novela Mortaja de barro (Erein, 2020) esa posibilidad inquietante; y para lograrlo nos sitúa junto al embalse de Eugi, donde una serie de cambios en el caudal y las condiciones térmicas ha permitido que salga a flote un cadáver que ha permanecido envuelto en un sudario de barro por espacio de décadas y que ahora, momificado, retorna a la superficie. Rápidamente, el aparato policial se pone en marcha y se consigue identificar el cuerpo: corresponde al de Magdalena Seminario, una adolescente que dejó de ser vista en 1971. Todos los habitantes de la localidad estaban convencidos de que la muchacha se había fugado de casa (la intransigencia religiosa de su padre, unida a su carácter violento, alimentaban esa sospecha), pero el estupor cunde al descubrirse que fue violada y asesinada.

A partir de ese momento, Carlos Ollo moviliza todos los resortes de las mejores novelas negras para atraparnos en esta investigación: varios presuntos culpables, que comienzan a ponerse nerviosos con la llegada de la policía; los hermanos de la víctima, que quedan noqueados por la abrupta revelación de su muerte; los vecinos del pueblo, que asisten perplejos a los interrogatorios y a la llegada de la prensa más carroñera; e incluso al antiguo comisario Galarza, que se ocupó del caso de la desaparición y que ahora ya está jubilado.

El resultado final es una novela que nos conduce atinadamente por los misterios del corazón humano y por sus peores pasiones: la crueldad, el odio, la venganza, la soberbia, el rencor, el crimen.

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