Creo que, aparte de su evidente calidad literaria, la más
notable virtud que tienen los dieciocho relatos de La vida en Suecia (el volumen con el que Rafael Gómez Sales obtuvo
el 55º premio Fundación Monteleón en 2017) es el silencio que dejan en tu mente
cuando acabas cada uno de ellos. Y me parece que es una admirable virtud,
porque frente a esas historias que te provocan una sonrisa, un cabeceo de
admiración o un gesto de rechazo, las narraciones que crean silencio invaden tu
cerebro de interrogantes, de matices, de interpretaciones, de sentidos; y eso
las vuelve densas, ricas y difíciles de olvidar.
Puede ser un publicista treintañero que está pasando por una
compleja situación económica y familiar, y que sucumbe a las tentaciones de la
audacia más absurda; puede ser una joven madre, desbordada por la precocidad de
su hijo Luis (o Noé); puede ser una familia que viaja en un coche destartalado
hacia una meta utópica o simbólica; pueden ser unas llaves misteriosas, que
imponen una herencia más bien inesperada; puede ser un hermano mudo, con el que
se establece un vínculo de extrañas dimensiones; puede ser una anciana, cuya
casa queda abierta a la invasión tumultuosa de los pájaros; puede ser un
fisioterapeuta llamado Rafael (el autor del libro es fisioterapeuta y se llama
Rafael) que se verá envuelto en una compleja relación laboral…
Pueden ser (y de hecho son) dieciocho laberintos llenos de
luces y sombras, que la habilidosa mano del escritor murciano resuelve con
eficacia manifiesta.
Magnífico.
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