sábado, 7 de agosto de 2021

Si te comes un limón sin hacer muecas

 


Cuando leí por primera vez el libro de relatos Si te comes un limón sin hacer muecas, de Sergi Pàmies (Anagrama, 2007), me produjo un elevado asombro. Y esa sensación se ha repetido cuando lo he degustado de nuevo. Se trata de cuentos difíciles de definir, en los que se aprecia un aroma distinto al habitual. Acudiendo a la fórmula de Julio Cortázar, diría que, paradójicamente, sus textos no te ganan por KO y que tampoco te ganan por puntos. Pero lo cierto es que, al cerrar el volumen, descubres que de forma incuestionable te han ganado. ¿Cómo lo han hecho? No lo sé. No logro descubrir (o consignar con palabras) dónde está la clave de su encanto.

En estas páginas se encuentran hombres insignificantes que solamente después de muertos consiguen hacer felices a su familia (“La otra vida”); vecinos más bien huraños, pero en cuyo pecho late un corazoncito (“Monovolumen”); padres modernos que lo sacrifican todo por sus majestades los hijos (“Sangre de nuestra sangre”); escritores que fantasean sexualmente con una de sus más entregadas admiradoras (“Brindis”); progenitores que se llevan una imagen de su hijo al otro lado de la muerte, para buscarlo allí (“Una fotografía”); o divorciados que, tras solventar los problemas laborales, mantener una charla con su ex y tomar una escasa cena fría, se acuestan y lloran en silencio.

Pero, desde luego, la magia del libro no se encuentra en los argumentos. Pobre balance sería. El prodigio está, sin duda, en otro lugar. ¿En el enfoque narrativo, en los inicios y finales, en la sorpresa, en la condición aparentemente inconclusa de algunos, en su vaivén fluido? Insisto en que no lo sé. Y lo más curioso: no tengo el menor interés en averiguarlo o conceptualizarlo. No me irrita mi impotencia “crítica”. Sergi Pàmies ha conseguido cautivarme con su cuentística otra, con su aroma diferente; y esa habilidad me lo vuelve literariamente atractivo.

Con este tipo de autores, claro está, se repite.

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