Cuando leí por primera vez el libro de relatos Si te comes un limón sin hacer muecas,
de Sergi Pàmies (Anagrama, 2007), me produjo un elevado asombro. Y esa
sensación se ha repetido cuando lo he degustado de nuevo. Se trata de cuentos
difíciles de definir, en los que se aprecia un aroma distinto al habitual. Acudiendo
a la fórmula de Julio Cortázar, diría que, paradójicamente, sus textos no te
ganan por KO y que tampoco te ganan por puntos. Pero lo cierto es que, al
cerrar el volumen, descubres que de forma incuestionable te han ganado. ¿Cómo
lo han hecho? No lo sé. No logro descubrir (o consignar con palabras) dónde
está la clave de su encanto.
En estas páginas se encuentran hombres insignificantes que
solamente después de muertos consiguen hacer felices a su familia (“La otra
vida”); vecinos más bien huraños, pero en cuyo pecho late un corazoncito
(“Monovolumen”); padres modernos que lo sacrifican todo por sus majestades los
hijos (“Sangre de nuestra sangre”); escritores que fantasean sexualmente con
una de sus más entregadas admiradoras (“Brindis”); progenitores que se llevan
una imagen de su hijo al otro lado de la muerte, para buscarlo allí (“Una
fotografía”); o divorciados que, tras solventar los problemas laborales,
mantener una charla con su ex y tomar una escasa cena fría, se acuestan y
lloran en silencio.
Pero, desde luego, la magia del libro no se encuentra en los
argumentos. Pobre balance sería. El prodigio está, sin duda, en otro lugar. ¿En
el enfoque narrativo, en los inicios y finales, en la sorpresa, en la condición
aparentemente inconclusa de algunos, en su vaivén fluido? Insisto en que no lo
sé. Y lo más curioso: no tengo el menor interés en averiguarlo o
conceptualizarlo. No me irrita mi impotencia “crítica”. Sergi Pàmies ha
conseguido cautivarme con su cuentística otra,
con su aroma diferente; y esa habilidad me lo vuelve literariamente atractivo.
Con este tipo de autores, claro está, se repite.
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