martes, 24 de agosto de 2021

El suplicio de las moscas


Invierto unas horas en leer un libro enigmático (inteligente, pero también oscuro) de Elias Canetti, titulado El suplicio de las moscas, que traduce Cristina García Ohlrich (Anaya & Mario Muchnik, 1994). Sin duda, se trata de un escritor que se sabe sujetar bien el cíngulo del aforismo, aunque reconozco que en determinadas ocasiones (quizá porque ignoro el contexto que genera algunas de sus reflexiones, quizá por su brevedad excesiva) se me escapa el sentido de sus palabras. Es una especie de tiniebla seductora, en la que creo ver luces y figuras… cuyos contornos exactos se me desdibujan. Me pasa también con Nietzsche, con Schopenhauer, con Pavese, con Ferlosio: autores admirables con los que me esfuerzo por estar a la altura.

Me gusta cómo bromea con el paso del tiempo (“Confiaba en vivir mucho tiempo sin que Dios se diera cuenta”), con la condición luciferina de ciertas personas (“Es tan malo que sus oídos se asustan de su lengua”), con la trascendencia vital del conocimiento (“No se puede aprender impunemente”), con la insuficiencia perpetua del saber (“El que ha aprendido bastante no ha aprendido nada”), con el irónico análisis de un carácter (“Es inteligente como un periódico. Lo sabe todo. Lo que sabe cambia cada día”), con las exégesis oníricas (“Ningún sueño es tan descabellado como su interpretación”) o con la ternura que provoca la inmadurez (“Qué convincente suena todo cuando se sabe poco”).

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