Aunque este Momentos
estelares de la ciencia no pueda ser catalogado como uno de los tomos más
trascendentes o luminosos de Isaac Asimov, lo cierto es que resulta agradable
recorrer sus páginas con un lápiz en la mano, para ir llenando de asteriscos,
notas o subrayados los párrafos más llamativos. Manejo la cómoda edición de
Alianza, con traducción de Miguel Paredes Larrucea y cubierta de Daniel Gil.
Descubro o redescubro en estas horas de lectura la prodigiosa
genialidad práctica de Arquímedes,
que abarcó desde la metalurgia hasta las guerras navales; el reducido número de
biblias de Gutenberg que se conservan (45); las pacientes observaciones de
William Harvey para determinar la condición circulatoria de la sangre; las 419
lentes que fabricó Anton van Leeuwenhoek, ujier del ayuntamiento de Delft, con
las que descubrió las bacterias y otros inauditos mundos invisibles; la fecha
en que rodó guillotinada la cabeza del químico Lavoisier, víctima del Terror en
1794; la creación de las vacunas modernas, de la mano de Edward Jenner; la
teoría germinal de Louis Pasteur, “el más grande de todos los descubrimientos
médicos de la historia” (p.79); la productividad casi inagotable de Thomas Alva
Edison (“Sacaba inventos por encargo”, afirma el autor en la página 102); la
creación de la quimioterapia a cargo de Paul Ehrlich; la ingente capacidad de
trabajo de Marie Curie, que le valió dos premios Nobel; o la creación de la
lluvia artificial, cuyos fundamentos creó el norteamericano Irving Langmuir.
Una obra muy amena y muy variada, en la que el divulgador Isaac Asimov resume para nosotros veintiséis interesantes capítulos de la historia de la ciencia.
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