Cuando lees la sinopsis que la editorial Planeta ofrece sobre La huella del mal ya tienes
meridianamente claro a qué te enfrentas y qué puedes esperar del libro. No son
los Cantos de Ezra Pound, ni el Ulises de Joyce: es una novela en la que
verás sucederse uno tras otro, a velocidad vertiginosa, los acontecimientos; y
unos agentes de la ley que intentarán descubrir al responsable de los delitos
que en ella se produzcan. Así de sencillo, así de claro, así de honesto. No hay
engaño en la propuesta. No hay trampa ni cartón.
Nos pide que acudamos al yacimiento paleontológico de
Atapuerca. Y allí nos va a sorprender con la aparición del cadáver de una
chica, al parecer asesinada de manera ritual y colocada al modo cavernícola,
con un tinte de color rojo rodeando el cuerpo. Tendrán que ocuparse del caso la
inspectora Guzmán (que ya cubrió, sin éxito, un crimen parecido seis años antes,
en Asturias) y su compañero Rodrigo; pero de inmediato se les unirá Daniel
Velarde, antiguo policía que ahora trabaja en una compañía de seguridad privada
de alto standing.
Aceptadas estas premisas, te sumerges en la obra. Y entonces
descubres que, pese a su apariencia de simplicidad, la construcción narrativa
que plantea Manuel Ríos San Martín es muy meritoria: los tipos humanos son
densos y se encuentran alborotados de matices; la sucesión de crímenes adquiere
un ritmo endiablado; la prosa que maneja es sumamente eficaz; y, como guinda
del pastel, aporta unas reflexiones bastante valiosas sobre el ser humano y el
origen de su violencia. Con asombro creciente veremos que aparecen más
cadáveres, y fotos asombrosas, y una enorme cantidad de dinero en la habitación
de un chico enfermo, y presunto tráfico ilegal de piedras preciosas, y sangrientos
rituales de caza, y escenas de sexo de elevado voltaje, y canibalismo, y
persecuciones… Y lo más notable de todo, lo que hace que esta novela esté tan
notablemente musculada, es que Manuel Ríos San Martín consigue que la trama
resulte creíble, y que vayas sospechando de varios personajes distintos, y que
te impregnes de tal modo con sus giros que notes tu respiración alterada
conforme llegas al final.
La veo en cine.
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