Si cierro los ojos puedo recordar perfectamente el grosor y la
textura del tomo de fábulas que leía cuando era niño; y hasta el dibujo de una
figura humana que adornaba su esquina inferior derecha. Ahora, acudiendo a la
biblioteca Gredos, leo una edición de las Fábulas
(ahora sí, completas) de Esopo, que me permite recordar muchas de las que me
entusiasmaron hace cuarenta y cinco años, amén de conocer las restantes. Y en
todas ellas aprendo algo: el águila y la zorra me dan a conocer los peligros de
traicionar una amistad; la zorra y el mono me iluminan sobre los peligros de la
vanagloria (“Los mentirosos alardean más cuando no tienen quien los
desmienta”); el león y el ratón me muestran que no existe la ayuda pequeña; y
el águila, la liebre y el escarabajo me explican claramente que no se debe
despreciar a ningún enemigo, por insignificante que pueda antojarse.
La lectura de este volumen, agradable y sabio, me refresca las
historias de la zorra y las uvas (“Están verdes”), la condena de la glotonería
que incluye el episodio de las moscas y la miel, la precaución que debemos
desplegar ante los elogios interesados (el cuervo y la zorra), los peligros que
encierra el exceso de confianza (la tortuga y la liebre) o, en fin, la vieja
historia de Pedro y el lobo, que Esopo nos relató con el título de “El pastor
bromista”.
Literatura candorosa, moralizante y siempre fresca, que el viejo esclavo heleno me vuelve a poner en las manos.
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