Me gustan los premios de novela que, en alguna de sus
convocatorias, dejan el galardón sin conceder. Eso significa que los miembros de
la editorial o del jurado, tras examinar con calma los originales que han
llegado al certamen, deciden que la calidad de los mismos no cubre las
expectativas mínimas y que, por tanto, se impone declararlo desierto. Es una
actitud loable, que quizá hubiera sido bueno aplicar en el premio Jordi Sierra
i Fabra del año 2020, que optó por aplaudir La
Bestia, de Sofía Nayeli Bazán.
En sus páginas se nos habla de la aventura que decide
emprender Andrea, una niña guatemalteca que, afligida por la pobreza de su familia,
toma la decisión de subirse al tren que conduce hacia los Estados Unidos en
busca de un trabajo que le permita aliviar la economía doméstica. “Subirse” es
aquí literal: auparse hasta el techo de un vagón y cruzar clandestinamente los
tres mil kilómetros que la separan del sueño americano. Habrá de enfrentarse al
hambre, la sed, el calor, los ladrones, los violadores y otras alimañas
oportunistas; habrá de desconfiar de todo y de todos; habrá de ser fuerte hasta
límites inhumanos. Pero el objetivo es tan hermoso que Andrea asume el pago de
todos esos sacrificios.
No se trata (exageraría si afirmase tal cosa) de un libro malo,
pero sí de una historia previsible, repetitiva, lenta y sensiblera, con un
final bastante abrupto y convencional, donde casi se escuchan los violines. Y
es que, obligado resulta admitirlo, una cosa es la belleza o la bondad del tema
y otra muy distinta su resolución literaria; y se supone que en un certamen de
esta magnitud se premia (como se premió hace una década, pongo por caso, Las redes del infierno, maravillosa
novela de Lorena Moreno) la calidad. Punto. La calidad.
Nos encontramos ante un tropezón evidente (no de Sofía Nayeli, que es joven y se está formando, sino del jurado o la editorial), que debería ser enmendado en ediciones posteriores.
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