sábado, 20 de marzo de 2021

Dios a media voz

 


Cultivo desde mi juventud una costumbre lectora que me suele dar muy buenos resultados: no me leo el prólogo del libro (si lo lleva) hasta que he acabado la obra. Es mi manera de no formarme una idea anticipada de lo que voy a encontrarme en sus páginas, de no sentirme influido por una visión que condicione mi lectura. Pero al acabar el poemario Dios a media voz, con el que el malagueño Daniel Cotta obtuvo el premio de poesía mística San Juan de la Cruz en 2018, me he llevado la sorpresa de descubrir que su prologuista (el poeta y profesor Luis Bagué) había anotado prácticamente los mismos versos, se había detenido en las mismas imágenes y había subrayado las mismas ideas que yo tenía en mi libreta de apuntes. Jamás me había ocurrido descubrir una similitud tan perfecta entre lo observado por mí y lo que el estudioso de la obra indicaba en su pórtico. Así que estoy por proponer a mis lectores que, para ahorrarse mi prosa, acudan de forma directa a las palabras de Luis Bagué, porque anticipan mi propia opinión.

Dios a media voz es un poemario inteligente, lleno de peticiones razonables (“Mis ojos necesitan / un Dios a media luz”), de asunciones humildes (el autor se define como “malcriado” y como “bocazas sabihondo”), de apóstrofes emocionantes y de invocaciones que persiguen recabar la atención de un Dios que, estando siempre presente para el poeta, a veces juega a no estar, a ocultarse pudorosamente. Y Cotta consigue, con un lenguaje sencillo y con imágenes de fresca modernidad, hacer la poesía que haría Miguel de Unamuno en nuestros días. Así lo creo.

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