Ignoro cómo sería la primera edición de esta novela, a la que
su autor (Felipe Benítez Reyes) dice en el epílogo del volumen que he leído
(Tusquets, 2004) que “le sobraba escritura y le faltaba corrección”; pero el
resultado actual de esta gran Chistera de
duende me parece de una absorbente sencillez, digna de aplauso.
El escritor gaditano consigue conformar una trama irónica y
lúdica; y unos personajes dibujados con pinceladas finísimas: ese literato
joven y lleno de alucinaciones desocupadas; ese cronista con ínfulas
nobiliarias insatisfechas y rencorosas; ese dramaturgo lastrado o aplastado por
unas ideas revolucionarias bastante simplistas, que termina logrando un puesto
de conserje; ese conde que vive del candor y de la ambición tontucia de sus
semejantes… Súmesele a ese suculento panorama un conjunto realmente amplio de
preciosismos estéticos (habla de unos “ojos estigmatizados por la cosmética”,
p.44; de “una neblina que parecía la sábana derretida de un fantasma”, p.142; y
muchas más que hará bien en descubrir y subrayar cada lector en su ejemplar del
libro).
A mí esta obra me parece estupenda, y me alegra infinitamente haberme bañado en sus aguas literarias. Es un autor cuyos libros siempre me complacen.
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