domingo, 14 de marzo de 2021

En tierra de hombres

 


Adrienne Miller no solamente fue nombrada, a la temprana edad de veinticinco años, “la primera mujer editora literaria y de ficción de la revista Esquire”, sino que también se convirtió por esa misma época en pareja sentimental de uno de los escritores más atormentados, turbulentos, prometedores e inestables de la literatura norteamericana de finales del siglo XX: el malogrado David Foster Wallace. Los sabrosos pormenores de ambas experiencias aparecen consignados en este volumen autobiográfico que, con el título de En tierra de hombres, acaba de publicar el sello Península gracias a la traducción de Juanjo Estrella.

Descubrimos ahí a la niña de “inteligencia silenciosa” (p.24) que fue capaz de ver ocho veces seguidas la película Amadeus (p.68) y que, nada más incorporarse al feroz y competitivo mundo del trabajo editorial, comprendió que “si eres mujer, siempre estarás infravalorada” (p.93). Allí se dio cuenta también de la necesidad bulímica de fama que tienen la mayor parte de los escritores; y el retrato que nos ofrece de algunos de ellos nos muestra sus perfiles menos conocidos y, por qué no decirlo, menos gratos: la petulancia de John Updike, la animadversión que le provocaba el autor de Los ejércitos de la noche (“Yo detestaba a Mailer. […] ¿Cómo podía considerarse “grande” un escritor cuya obra era tan beligerantemente machista?”, pp.172-173)… Pero también es capaz de emitir alabanzas hiperbólicas, que nos revelan la temperatura de sus filias, como ocurre en el caso de Kubrick (“Me quito el sombrero contigo, Stanley, a perpetuidad, por todo”, p.200). En esas zonas del libro accedemos a su visión de un mundo laboral que estaba (y posiblemente continúa) dominado por los hombres, quienes imponen sus clichés, sus normas, su secular dictadura.

Pero quizá el otro núcleo temático del libro (David Foster Wallace) resulta aún más impactante, porque Adrienne Miller nos ofrece una radiografía inteligente, cercana, desprejuiciada y minuciosa del escritor de Ithaca, famoso por sus poses desafiantes, su lengua mordaz, su inestabilidad psíquica, sus bandanas y su suicidio por ahorcamiento. Nos muestra en estas páginas, con abundante acopio de anécdotas, conversaciones telefónicas y paseos por la ciudad, la imagen de un hombre engreído (“Tenía la arrogancia de quien no puede permitirse ser modesto", p.275), absorbente (“Yo lo quería, sí, pero era agotador. Me aterraba que me necesitara tanto”, p.295) y que la acongojaba con “los pequeños actos de crueldad gratuita a los que David podía ser tan horriblemente aficionado” (p.308). Hoy hablaríamos, quizá, de una relación tóxica; pero Adrienne Miller, en lugar de adherirle esa etiqueta simplificadora, procura adentrarse en la selva de los detalles para, a golpes de machete, intentar que la luz llegue a todos los rincones de aquel vínculo emocional que marcó una parte importante de su vida.

Un libro lleno de fascinaciones, meandros y curiosidades, que realmente merece la pena leer.

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