Me habían llegado referencias elogiosas de la novela El pórtico, de Philippe Delerm, y decidí
comprobar qué impresión me provocaba acudiendo al volumen de Tusquets donde
Javier Albiñana la traducía.
Durante sus primeras páginas todo fue bien, porque el
planteamiento me estaba logrando interesar: un profesor de instituto que,
cercano a una edad difícil y próximo al advenimiento de la depresión, convierte
su jardín en su aleph espiritual, en su refugio y en su nirvana. Pero (ay, los
“peros”) inmediatamente después, viendo la forma anodina en que el autor iba
resolviendo los diferentes tramos de la obra, me he ido decepcionando. Creo que
Delerm ha intentado pulsar al mismo tiempo muchos resortes emocionales (los hijos
que se independizan del hogar; el trabajo del protagonista, que ya no le
provoca el entusiasmo que le causaba en los años anteriores; etc), pero que no
ha logrado elaborar una indagación psicológica de conjunto lo suficientemente
sólida y densa como para hacerla creíble.
La he terminado por pura inercia y con desgana, para qué voy a decir otra cosa.
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