Me acerco hasta las páginas de una pieza de teatro de Joaquín
Calvo Sotelo, que se titula La muralla
y cuyo argumento creo que peca de ingenuidad. Nos traslada la historia de Jorge
Hontanar, un hombre que, tras sufrir una grave crisis cardíaca en la que ha
estado a punto de fallecer, decide introducir algunos cambios drásticos en su
vida. El primero y más importante consiste en devolver su fortuna (en especial,
la finca “El Tomillar”) a su auténtico propietario, que es Gervasio Quiroga.
Pero se encontrará con demasiadas dificultades para poder llevar a cabo su
plan. Poquito más se puede decir.
Una obra ejemplarizante y con ribetes moralistas, que quizá desde el punto de vista literario no constituya un monumento de primer orden. Extraigo de mi lectura tres momentos, que anoto aquí: el primero es una reflexión a mitad de camino entre la sonrisa y la seriedad (“Ésas son las ventajas de no estar especializado en nada. La gente le encuentra a uno apto para todo”); el segundo es un aforismo quizá más hondo de lo que parece (“Nunca nos aprovechamos de las lecciones ajenas porque nos las dan gratis”); y el tercero es una humorada que gira hacia la antropología (“Si la mitad de los que se llaman creyentes de algo lo fuesen de verdad, la ONU se podría llevar con dos secretarios y tres mecanógrafas”).
Lo intentaré con otra obra suya.
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