Que los sueños han constituido, en la historia de la
literatura, una fuente casi inagotable de inspiración para poetas, narradores y
filósofos no es asunto que pueda discutirse: desde Pedro Calderón de la Barca
hasta Fernando Arrabal, desde Quevedo hasta Borges, desde don Juan Manuel hasta
Hölderlin, desde Gonzalo de Berceo hasta Shakespeare, se ha acudido a ese
venero para intrigar a los lectores y sumirlos en una atmósfera de felicidad o
pesadilla que procedía del mundo onírico.
El dramaturgo Claudio de la Torre revisita ese fértil
territorio en su pieza La caña de pescar,
que se estrenó en 1958 y que fue saludada por el crítico Gonzalo Torrente
Ballester, quizá con un punto de benevolencia, en la prensa de entonces.
Aquí nos encontramos en la modesta vivienda donde el
matrimonio formado por Adriana y Ramón. Ella es una joven soñadora, divertida,
alocada y risueña; él es calmado, racional, práctico y sensato. Adriana,
interrogada por su marido, le explica de un modo candorosamente dulce por qué
es tan fantasiosa: “Me da mucha pena que pasen los años, que se nos termine la
juventud, y sigas tú trabajando todos los días en la oficina, en ese trabajo
monótono, aburrido…”. Le da a entender de esa manera tan firme que soñar equivale
a salir volando, a evadirse, a pensar en mundos mejores. Ramón, entre
admirativo y perplejo, le responde con una sonrisa: “Has conseguido, al fin,
dar a los hechos más triviales un aire sobrenatural”.
Pero ambos temperamentos chocarán cuando Adriana tenga un
sueño en el que cree ver a su tío Federico, que vive en América y que parece
invitarla a salir a pescar. Desde ese instante se sucederán las más extrañas
visitas y los más curiosos equívocos: un visitante que les trae un regalo de su
recién fallecido tío, unas fotografías antiguas, un taxi ocupado por varias
personas que participan tangencialmente en la historia, unos tejados y unas
chimeneas que parecen confundirse con el mar… Imaginativa y algo artificiosa,
esta pieza nos permite asistir a un espectáculo de casualidades, reflexiones
sobre el sentido de la vida y sueños que, por el solo hecho de desearlos, se
terminan cumpliendo.
La caña de pescar no supone una convulsión en la historia del teatro, pero se lee con simpatía.
2 comentarios:
Hola, Rubén:
Esa colección de Libros especializada en obras de teatro la frecuenté mucho durante mi juventud.
De este escritor canario nada he leído, aunque ya sólo saber que es hijo de Agustín Millares Torres me atrae hacia su obra más que nada porque viví en Las Palmas unos años y fue una experiencia en todos los aspectos muy agradable.
Un abrazo
No Necesito convulsionarme continuamente para que una pieza teatral (novela, cuadro, canción) me haga volar. Lo simpático también me transporta 😁💋
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