Puede que la poesía sea, al menos en ocasiones, un viaje por
el interior de la selva, allí donde es necesario desplegar un lenguaje de
lianas, donde se derrama sobre las cabezas una inesperada luz cenital, donde se
soslayan o se miran con fijación las zonas de sombra, donde se tropieza sin
remedio y donde se contempla con lánguido estupor los absurdos cotidianos que
nos rodean.
Se convierte así la poesía en un ejercicio de testimonio y de
análisis, para dejar constancia de quienes somos: los huracanes que portamos en
el corazón (“En una pequeña ciudad / dentro un pequeño edificio / detrás de un
pequeño escritorio / una pequeña supernova explota / a diario”), las parejas de
novios que observamos por la calle (los cuales “se besan como si fueran los
dueños del aire”), el mundo a veces hostil en el que habitamos (“Los graffitis
que se dejan sin terminar / a la luz de las patrullas”), la alienación de la
que somos víctimas (“La televisión no nos quiere decir nada / y nunca ha
querido”) y la necesidad urgente de escapar de ese circuito malévolo que
pretende atraparnos y amansarnos (“Salta del tren / aunque caigas en otro tren.
/ Nunca te adaptes”).
Habilidoso y versátil, el mexicano Jorge Sosa nos ofrece en estas dos breves aventuras líricas un amplio abanico de propuestas que el lector deberá interpretar: una actualización del mito de Prometeo, una parodia de la Cruzada de los Niños, una mirada sobre ciertos mensajes que nos interrogan desde las vallas publicitarias, pantallas de computadoras que broncean a sus usuarios, canciones de cuna para monstruos o locutores radiofónicos que desaconsejan el matrimonio con mujeres gordas… La conclusión es nítida: un mundo caótico, decepcionante e incomprensible exige miradas otras. Y las que aquí nos ofrece Jorge Sosa, desde luego, lo son.
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