Afirmaba Camilo José Cela que todos somos poliedros, y que
según incida la luz sobre uno de nuestros vértices, caras o aristas, los
colores que se proyecten desde ahí serán unos u otros. Así lo creo yo también.
Y esa convicción se ve reforzada cuando leo libros como El sueño del escondite, de Emilio Soler Poveda, que acaba de
aparecer en el sello La Fea Burguesía. Lo digo porque el autor, con quien
comparto pueblo de nacimiento, es persona en apariencia jovial, sonriente y
abierta; pero late en sus versos una jungla de tristezas, decepciones y
melancolías que espesa y completa la imagen que desde ahora tendré (y quizá le
suceda algo parecido al resto de lectores) sobre él.
Nos habla en estas páginas de esperanzas, ilusiones y
alegrías, aunque también lo hace de penas, desencantos y noches solitarias. Esa
voluntad exhaustiva, franca y transparente de decirse convierte el volumen en un diario íntimo empapado de
sinceridad, de absorbente lectura. Juan Tomás Frutos le pone un prólogo
bellísimo y Álvaro Peña lo esmalta con espléndidas ilustraciones, pero la carne (la sustancia estremecida y doliente)
lleva la firma de Emilio. Él es quien juega al imposible escondite de la
literatura; él es quien se queda escribiendo en la noche, junto a la ventana;
él es quien consigue la difícil proeza de combinar música y verbo en equilibrio
inmaculado; él es el buhonero al que vemos pasear por estas hojas con su
equipaje de emociones, lágrimas y sonrisas.
Para dejarnos en los ojos ese cargamento, el poeta recurre a
estructuras de triángulo invertido (“Extranjero”), a metáforas exactas y
turbadoras (“El naipe”), a poemas que parecen esponjas empapadas de amargura
(“Mayoría de edad”), a juegos de derivación muy bien resueltos (“A solas”) e
incluso al humor (“Cuando la mona se viste de seda”), antes de entregarnos el
poema final, delicioso de aliento y rebosante de optimismo (“No tengas miedo”).
Convincente, aplomado y frágil (tres adjetivos que parecen incompatibles y que en sus versos no lo son), El sueño del escondite es un magnífico trabajo poético, por el que merece la pena –y la alegría– pasearse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario