El mismo
año en que había obtenido uno de los accésits del premio García Lorca de poesía
(1997), Antonio Aguilar obtuvo también el premio Antonio Oliver Belmás en
Cartagena por su trabajo El otoño
encarnado de Ives de la Roca, que le publicaría casi de inmediato la
Editora Regional de Murcia, en 1998.
Como ya
indiqué en la reseña de El amor y los
días, en la página 21 de aquel libro ya anticipaba el nombre de este alter
ego o figura lírica extrapolada, que ahora se convierte en eje vertebral de su
nuevo trabajo, y a quien otorga incluso una breve biografía: nos dice que nació
en 1929 en la ciudad de Buenos Aires, hija de una francesa y un argentino, que
fue traductor de Verlaine y que también se ejercitó como poeta (para extremar y
perfeccionar la gracia del artificio, el autor murciano añade al término del
volumen una pequeña antología de sus versos más sonoros y celebrados).
¿Y qué
cambios experimentan (o qué evolución sugieren) las páginas de este nuevo
libro? Lo principal es que los poemas se han comprimido y quintaesenciado. La
palabra del autor se ha hecho más alígera, más flexible, más cimbreante; los
versos se reducen de tamaño; disminuye la importancia de la adjetivación; y el
conjunto queda dotado de más vuelo. Aumentan también de forma notable las
referencias culturales (César Vallejo, Rimbaud, Eliot, Ovidio, Flaubert, García
Lorca, Shakespeare, etc); y aumenta también el poder conceptual de algunas de
sus líneas, entregándose a meditaciones vitalistas (“Este poema será breve, /
la vida es demasiado corta”, p.13) e incluso filosóficas (“¿Te das cuenta de
qué manera / vivir es ir abriendo / las puertas que luego / alguien nos
cerrará?”, p.50).
Es
evidente que ya estaba madura la primera madurez del poeta.
1 comentario:
Yo del ayuntamiento de Murcia te ponía una calle a tu nombre, pocos hacen por tu tierra lo que tú estás haciendo 👏👏👏💋
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