Todos nos
hemos preguntado en alguna ocasión qué podría suceder en un libro cuando se
agota su última página; de qué manera se prolongarían las vidas de sus
protagonistas, en caso de ser personas de carne y hueso. ¿Cómo envejeció Odiseo
y cuáles fueron sus relaciones con Telémaco, una vez que ingresó en la
senectud? ¿De qué manera vio a sus semejantes Juan Pablo Castel a partir del
punto final de su historia impresa? ¿Con quién se casó la hermana de Gregor
Samsa y qué enfermedades o hijos tuvo durante la madurez? ¿Cuánto tiempo
lloraron Pleberio y Alisa, en este valle de lágrimas, la muerte de su única
hija? El leonés Andrés Trapiello se atreve a enfrentarse en este volumen
novelesco a los personajes que protagonizaban la historia más famosa de Miguel
de Cervantes: Don Quijote de la Mancha.
El reto
era de tal calibre, de tanta magnitud, de tanto riesgo, que no podía ser
asumido por cualquiera: sólo un escritor musculoso de vocabulario y sazonado de
erudiciones, podía acometer la titánica proeza con garantías de entregar a los
lectores un libro perdurable. Y Trapiello, con la valentía de quien ama mucho a
las criaturas cervantinas y las ha pensado y sentido durante lecturas y relecturas, acepta el desafío y compone Al morir don Quijote, un generoso
despliegue de paisajes y oficios, un decantado fresco sobre La Mancha del siglo
XVII, un fino tratado sobre las más altas y las más bajas pasiones humanas, una
sólida propuesta de continuación donde descubrimos los mil y un detalles que ni
Cide Hamete Benengeli ni Cervantes pudieron o quisieron trasladarnos: las
rencillas larvadas entre la sobrina (Antonia) y el ama (Quiteria), que se aman
y se odian alternadamente; las asechanzas mezquinas del criado (Cebadón), que
se siente crecido desde que su amo cerró los ojos para siempre; la melancolía
extrema que sacude al bueno de Sancho Panza, que se obstina en aprender a leer
para degustar por sí mismo la historia de sus aventuras, que ya corre en letra
impresa; las veleidades literarias y amatorias que galvanizan al bachiller
Sansón Carrasco; el cinismo de los duques, que acometen la avilantez de
acercarse hasta el pueblo de don Quijote para seguirlo escarneciendo y
burlándose de su locura, sin saber que hace ya varias semanas que entregó el
alma a Dios.
Todo el
universo externo e interno de estos personajes ha sido cuidado por Andrés
Trapiello de manera meticulosa, con mimo exquisito; y el resultado es una
novela que, arriesgada y solvente, se disfruta de principio a fin.
Irrenunciable.
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