Pocas
veces la etiqueta de “libro distinto” se habrá aplicado con tanta justicia (y
con tanto desconcierto) a un volumen literario. Y pocas veces un autor se habrá
autorizado tanta libertad, tantas libertades, tanta fantasía, tanto fluir
alocado de la prosa, tanta diversión tentacular, tantos sanos disparates
sonrientes, como en el caso del argentino Julio Cortázar, puesto delante de las
páginas que iban a reunir bajo el título de Historias
de cronopios y de famas, desde que intuyera la existencia de los primeros
en forma de globitos de colores durante la asistencia a un concierto.
Lejos del
almidón narrativo y de los corsés retóricos y argumentales, Cortázar se entrega
a la ceremonia pura de crear, de inventar laberintos y paradojas, para después
invitar a los lectores a que nos sumemos a la fiesta. “Venid” (parece
decirnos), “aquí os ofrezco una mercancía sorprendente, con olor a amarillo,
con sabor a azul, con sonidos anaranjados. Tomad y leed todos de mí. Bailad
conmigo tregua y catala”. Y lo hacemos, claro está. Cómo no sentirse atraídos
irremediablemente por un escritor que te ofrece instrucciones para llorar, para
subir una escalera o para dar cuerda a un reloj; cómo no sentir un escalofrío
de curiosidad frente a la familia que erige un patíbulo en su jardín, para
escándalo de vecinos e impotencia de las autoridades; cómo no acongojarse con
el pánico que siente la pobre tía, que camina cuidadosamente para no caerse
nunca de espaldas; cómo no asistir con perplejidad y asombro a la manera en que
una familia estrafalaria se organiza para hacerse con el control emocional de
los velatorios; cómo no sentirse conmovido por el lirismo delicioso de la lluvia
que percute en un cristal.
Cortázar,
lúdico y lúcido, nos abre su gaveta y extiende su arco iris de palabras con el
único objetivo de que nos dejemos fascinar por ellas. Como los más innovadores
vanguardistas. Como los más viejos narradores de antaño. Así que la actitud que
debemos desplegar ante ellas es clarísima: preparar un café, quitarnos la
corbata (a ser posible, quemarla), sentarnos en el suelo sobre un cojín,
quitarnos los zapatos (a ser posible, también los calcetines) y dejar que el
Gran Mago nos embriague. Cuanto más tardemos en hacerlo más tardaremos en
descubrir la maravilla de un libro minotauro, un libro unicornio, un libro
dragón, un libro sirena, un libro catoblepas, un libro Julio.
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